Una energía poderosa que te conecta con Dios
En el corazón de la península de Yucatán, emerge imponente Chichén Itzá, una ciudad antigua que, además de ser un destino turístico imprescindible, es un lugar de peregrinación que conduce a una profunda conexión con la sabiduría maya. Para muchos, estar allí es sentir una energía poderosa que conecta con Dios.
La grandeza de Chichén Itzá se manifiesta en cada piedra y la pirámide de Kukulkán, conocida como El Castillo, es el epicentro de su poder energético. Los mayas, maestros de astronomía, matemáticas y acústica, más que construcciones crearon portales que permiten la unión de lo terrenal y lo espiritual.
El descenso de la serpiente emplumada Kukulkán durante los equinoccios, es una evidencia de esa conexión. Ver cómo la luz y la sombra danzan para formar el cuerpo de su deidad reptando escaleras abajo, además de ser un espectáculo visual, es evidenciar cómo los mayas entendían los ciclos del cosmos y su conexión con la vida en la tierra y la energía divina.
Visitantes de todo el mundo dicen que allí han sentido una energía poderosa que conecta con Dios., una especie de vibración que se siente con mayor fuerza, en El Castillo.
El canto del quetzal y la sabiduría maya
En la pirámide de Kukulkán ocurre otro fenómeno: el famoso aplauso frente a su escalinata, que devuelve un eco sorprendentemente similar al canto del quetzal – ave sagrada de los mayas –. Es más que una curiosidad acústica. Es como si la propia pirámide respondiera, con un mensaje diseñado hace siglos. ¿A través de esas resonancias, los mayas buscaban conectarse con frecuencias superiores, con las voces de sus dioses?
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La grandeza de Chichén Itzá impresiona. Ante la inmensidad de sus plazas y la perfección de sus templos, una sensación de pequeñez nos invade. Caminar por esta ciudad sagrada es conectarse con la cosmovisión maya y sentir una gran admiración por su inmensa sabiduría.
La cultura maya estaba intrínsecamente ligada a una comprensión profunda del universo y sus fuerzas. No veían una separación entre lo material y lo espiritual. Sus pirámides no eran tumbas faraónicas en el sentido egipcio, sino montañas sagradas, puntos de encuentro entre el inframundo (Xibalbá), la tierra y el cielo. Eran escenarios para rituales que buscaban mantener el equilibrio cósmico, honrar a sus deidades – que eran manifestaciones de las fuerzas naturales y principios universales – y asegurar la continuidad de la vida.
Espiritualidad y ciencia
Kukulkán o “Quetzalcóatl” es un símbolo de la energía vital, de la sabiduría y de la conexión con el ciclo de la vida, muerte y renacimiento. A través de estas representaciones, los mayas no solo adoraban dioses externos, sino que exploraban las leyes fundamentales del universo y el lugar de la humanidad dentro de él, una búsqueda espiritual que resuena con la noción de una conciencia divina universal.
Chichén Itzá, con su observatorio astronómico El Caracol, sus cenotes sagrados considerados portales al inframundo, y cada detalle arquitectónico, nos habla de una civilización que vivió mirando las estrellas y escuchando los latidos de la Tierra.
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Visitar Chichén Itzá es, por tanto, una oportunidad para sentir una energía poderosa que conecta con Dios, para maravillarse ante la sabiduría de un pueblo que entendió el universo como un todo sagrado y, quizás, para escuchar en el eco del quetzal la llamada a nuestra propia espiritualidad trascendente. Es un recordatorio de que, aunque los tiempos cambien, la búsqueda humana de conexión con lo divino es eterna.