Carta a mi hijo: mi viaje por la maternidad
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A veces, me sorprendo recordando el torbellino de emociones que sentí cuando supe que ibas a llegar a mi vida. La verdad, jamás imaginé todo lo que tu existencia iba a significar para mí. Naciste el 4 de julio de 1993, cuando yo tenía 26 años. Estaba sola, pero llena de sueños y de miedo al mismo tiempo. Con esta carta a mi hijo, celebro mi viaje por la maternidad.
Siempre quise ser madre y cuando vi aquel positivo en los resultados de la prueba de embarazo, sentí una inmensa alegría, una felicidad tan grande que, logró bajar la intensidad de mis temores. Porque, aunque tenía miedo de enfrentar lo desconocido, de equivocarme, de no tener un puerto firme para sostenerme si las cosas se ponían difíciles, se cumpliría mi sueño de ser mamá.
Solo me bastó sentir que te movías dentro de mí para entender que todo saldría bien. Desde ese instante, cada día contigo se convirtió en una aventura. Tú, con tu forma de mirar el mundo, te volviste mi principal maestro. Gracias a ti experimenté el amor incondicional, ese amor que todo lo da y nada pide. Descubrí, casi de golpe, un instinto protector que dormía en mí, y despertó cuando te pusieron sobre mi pecho.
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Historia de la maternidad
Pero tu historia y la mía no existen alejadas del resto del mundo. Somos parte de una cadena milenaria. Ese lazo entre madre e hijo es tan antiguo como la humanidad misma. Los antropólogos cuentan que ser madre ha sido clave en la evolución de nuestra especie: sin esa primera caricia, ese abrazo con el que te sientes a salvo, tal vez la civilización nunca habría sido posible o sería diferente.
Incluso el lenguaje lo recuerda: en muchos idiomas, las primeras sílabas que balbuceamos suelen ser «ma, ma, mamá». Es como si, desde el inicio, el mundo supiera la importancia de llamarte a ti, mamá.
Desde tiempos remotos —mucho antes de que existieran las ciudades— la maternidad era celebrada como el origen de la vida. Las antiguas mitologías hablan de diosas-madre, símbolos de fertilidad y creación, como la Madre Tierra que aparece en tantas culturas.
Más adelante, en la Grecia clásica, muchas veces la mujer fue vista casi solo como el canal para dar vida, un papel que Simone de Beauvoir resume diciendo que estaba “consagrada a la procreación”, casi como si la maternidad fuera una obligación y no una elección. Y durante muchos siglos fue así: ser madre era el mayor eje de identidad para las mujeres. Hoy, por fortuna, todo ha cambiado. Ahora la maternidad es, ante todo, una posibilidad, una elección libre que cada quien vive a su manera.
La ciencia también tiene algo que decir sobre esto. La neurobiología ha descubierto que la maternidad transforma el cerebro: de repente, la empatía se dispara, los miedos se multiplican, y todo cambia de color porque ahora lo que importa es el bienestar de ese pequeño ser.
Mi viaje por la maternidad
Recuerdo muchas noches en vela, dando vueltas en la cama, sintiendo culpa por pequeños errores y miedo ante cualquier señal de peligro. Ser madre es aprender a convivir con el miedo y la culpa, y a la vez, a descubrir una forma de amor que no espera nada de vuelta. Y sí, es tan cierto: mi amor por ti es así, sin condiciones ni precio.
No soy perfecta. Me he equivocado muchas veces, pero cada caída ha sido una valiosa lección. En mis momentos más bajos, fue tu existencia la que me mantuvo firme: simplemente, no podía rendirme sin asegurarme de que tú estuvieras bien.
En la historia de las madres hay tanto de fortaleza como de fragilidad, pero el mensaje es el mismo: cuando una madre quiere a su cría, el mundo se vuelve más grande, más cálido.
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Te bendigo cada día por haber llegado a mi vida, por enseñarme lo inmenso que puede ser el amor desinteresado. Gracias a ti, mi vida se transformó en una aventura permanente: tu existencia me impulsa a seguir avanzando, y cada uno de tus pasos me muestra algo nuevo sobre lo que significa amar profundamente. Te amo hijo, aquí, ahora y siempre.