Carta de Paul

El siguiente texto corresponde a una historia narrada en el libro Perdonar de Robin Casarjian. Es la carta de Paul, un presidiario detenido por haber abusado de su hija. Después de muchos años de terapia decidió escribirle a su exesposa, como parte de su proceso de perdón.

La quise compartir porque siento que, en la mayoría de los casos, somos muy rápidos para juzgar y poco empáticos para entender a los demás. No se trata de justificar, se trata de entender que todos somos diferentes y no tenemos las mismas capacidades para responder a nuestros dolores y frustraciones.

Así comienza la carta

 Querida Mary:

 La carta que va a leer es mi historia personal. Tengo sentimientos encontrados con respecto a dejarte entrar en mi negro pasado. Valoro muchísimo tu opinión, tu amistad y tu amor. ¡Estoy tan asustado! Me avergüenzo mucho de mi pasado y me siento muy vulnerable, pero sé qu3 si quiero hacerte comprender por qué actué de esa manera, debo decírtelo

Como sabes mi familia no era pobre, no nos faltaban las cosas materiales. Tuve mucha ropa y muchos juguetes, pero era pobre en un importante aspecto de mi vida… en el amor. Mary, tú has visto cómo es mi familia. No expresan el amor. Tratan de comprarlo. Bueno, desde que yo los conozco han sido así.

Tengo algunos recuerdos de cuando era niño y la mayoría de ellos sólo me causan dolor. Mis primeros recuerdos son de haber estado atado a un árbol mientras mi madre limpiaba la casa. La casa tenía que estar bien limpia, importaba más que yo. Cuando tenía 7 u 8 años mi padre me estaba persiguiendo y yo me metí debajo de su camioneta. Me corté en la espalda y empecé a sangrar como un cerdo herido. Fui corriendo hacia mi madre, que estaba atendiendo una colada, y ella me dijo: “No me vengas a mí con llantos”. No tuvo la más mínima compasión.

Recuerdo otra ocasión en que pensando que me perdonaría, fui y le dije que había dicho palabrotas y que lo lamentaba.  Ahí mismo me bajó los pantalones y me propinó unos buenos azotes. Lo más terrible de esto fue que estaba afuera con algunos chicos del vecindario cuando se lo dije. Durante meses fui el hazmerreír del barrio.

Cuando tenía 8 o 9 años, como todos los niños, jugaba con cerillas. Un día nos sorprendieron a mí y a David encendiendo las cerillas. La madre de David lo reprendió con unos cuantos gritos. La mía encendió la estufa eléctrica y me puso la mano sobre ella, hasta que me salió humo de los dedos. Odié a David por haberse librado con tanta facilidad.

Después están los recuerdos de faltar a la escuela porque me habían azotado y estaba lleno de morados e hinchazones. Una vez, el domingo después de Acción de Gracias, mis padres fueron a visitar a los abuelos. Yo me quedé a cargo de mis hermanos pequeños. Cuando regresaron a casa sonó el teléfono. La operadora dijo que alguien había estado haciendo llamadas desde ese número para decir obscenidades. Papá preguntó quién de nosotros había sido. Y, no sé por qué, me eché a reír. Eso fue suficiente. Recuerdo que intenté escapar. Él me agarró por el cabello y literalmente me tiró encima de la mesa del comedor. No es necesario decir que falté a la escuela un par de días. Hoy todavía no sé si alguno de mis hermanos había estado haciendo esas llamadas.

Todo el tiempo que estuve en la escuela, la única vez que falté a clase por enfermedad fue cuando tuve paperas; las demás veces era por “follones” como decían mis padres.

 Paul se confunde

Todo lo que recuerdo de mi vida en casa es sufrimiento. Cuando tenía 9 años, un chico que vivía en la misma calle y estaba en la escuela superior comenzó a hacerse amigo mío. Hacía que le acariciara el sexo y me manoseaba, pero yo no creía que eso fuera malo; le estaba agradecido porque me prestaba atención, y yo pensaba que eso era amor.

 Ahora viene una parte todavía más difícil. Cuando yo tenía unos 11 años, venía a cuidarnos una prima a la que no voy a nombrar. Era bastante mayor que yo; debía de tener unos 19 años. Fue mi primera amante. Al principio hacía que le acariciara los pechos y se los chupara. Recuerdo que me acariciaba la cabeza mientras yo estaba echado en su regazo. La relación duró casi 4 años. Al final tuvimos relaciones sexuales completas. Ella vivía al lado de mi casa de manera que todo resultaba muy fácil. Además de la relación sexual, también teníamos una relación madre – hijo. Ella se convirtió en la madre que nunca tuve, sabía cuándo estaba castigado y venía a verme por la noche.

 Ahora me doy cuenta de que siempre que tuve una novia trataba de que su familia me adoptara. También veo que tenía que hacer algo físico para sentir que comunicaba mis sentimientos. Mary, ¿recuerdas todo el tiempo que me pasaba en tu casa? Eso se debía a que tu familia significaba mucho para mí. La verdad es que no soy capaz de expresar mis sentimientos, pero sinceramente puedo decir que me sentí mucho más próximo a tu familia, durante el corto tiempo que forme parte de ella, de lo que nunca estuve de mi propia familia.

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 Ya sabes cómo nos asustamos los dos cuando tú quedaste embarazada. Recuerdo que tu madre adivinó que lo estabas y aunque se enfadó muchísimo trató de ser comprensiva. También recuerdo la reacción de mi familia. No necesito decir que jamás recibí el menor apoyo de ellos y que los odie por eso. Me hicieron un montón de regalos, pero nunca me dieron ni un gramo de apoyo.

 ¡Deseaba tanto que nuestro matrimonio funcionara bien! Quería ser un buen marido y que mi hija recibiera lo mejor. Más que nada deseaba que supiera que era amada. Ahora que miro hacia atrás, veo que quería darle algo de lo que yo no sabía nada: amor.

En el transcurso de nuestra vida matrimonial, como ya sabes, me ponía violento y te golpeaba.  Después pedía disculpas. Estaba tan trastornado… No sabía comunicar mi rabia o mi desilusión ante determinadas situaciones y entonces golpeaba físicamente. No sabía entonces que estaba haciendo mía la actitud violenta de mis padres. “¡No voy a permitir que ocurra eso!”, me decía y pedía perdón por todo, aunque en mi interior no me arrepentía. Simplemente no sabía cómo hablar de ello.

Llega la tragedia

Ahora viene la parte más terrible… Al menos para mí. Por favor, comprende que esto me ha estado destrozando durante años.

Cuando nos trasladamos a la casa de tu madre coma yo estaba sumido en la depresión.  Hoy veía que el único mundo en el que encajaba se venía abajo lentamente.  Hoy entonces llegó la noche que inició la caída. No recuerdo dónde estabas tú, pero yo Joann (la hija de Paul) hizo algo que me obligó a darle una cachetada. Le pegué.

 En unos segundos sentí que todo mi mundo se derrumbaba. La familia de la que formaba parte ya no me aceptaba. No fui capaz de arreglármelas con el rechazo y la pérdida, de admitir que os había perdido a ti y a la familia. Después de golpearla no supe qué hacer para decirle: te quiero. Volví hacia atrás, a lo que se me había enseñado, que amar era tocar. De manera que la llevé a la parte de atrás y traté de demostrarle que la quería y que lo que lo sentía de la única manera que sabía. Después de manosearla la llevé a McDonald’s para comprarle algo, para comprar su amor, igual como habían hecho siempre mis padres conmigo.

No sé cómo decirte lo avergonzado que me siento. Sólo cuando me di cuenta de cómo me veían los demás comprendí lo sucio y asqueroso que era lo que había hecho. Lo que hice fue tratar de demostrarle, al amor de mi vida, el más puro amor que conocía. No era mi intención ser desagradable ni asqueroso; para mí era decirle Joann, te quiero, ¡créeme!

Paul pide perdón

He necesitado casi 2 años para ser capaz de enfrentarme a mi mismo y decir que no todo fue culpa mía y que alguien colaboró en que fuera de esta manera.  No sé si alguna vez seré capaz de perdonarme por lo que hice a Joan. Comprendo que me estoy jugando mucho al decirte todo esto sobre mí. No sé cómo vas a reaccionar.  ¿Servirá esto para que me comprendas, para que me veas como a un hombre que os ama muchísimo a ti y a Joann y que está tratando de encontrar una manera de que lo comprendan y (si es posible) lo perdonen?

Mary, tengo miedo. No sé si vas a volver a hablarme después de leer esto. Me siento como si me hubiera desgarrado el pecho y te hubiera mostrado todas mis cicatrices y mi fealdad, parado aquí esperando a ver si chillas porque te parezco repugnante o puedes ver Señora en mi al hombre que trata de sanar. Os amo a las dos, pero nunca supe cómo decíroslo. Por favor, escúchame: siento muchísimo todo el sufrimiento que he causado. Lo único que deseo es la oportunidad de reparar el daño.

 Desde que estoy en la cárcel he aprendido mucho sobre mí mismo. Reconozco y admito lo que siento, no lo niego ni me lo oculto soy sincero conmigo mismo. He adquirido ese extraño sentimiento llamado autoestima. Antes no creía en mí mismo. Mi opinión no importaba nada. Ahora me quiero. No tengo miedo de decir lo que lo que pienso.  Me he encontrado.  Me he hallado y destruido al animal y he salvado al hombre. De ti depende ver o no ver a ese hombre… Depende de ti.

La carta de Paul muestra la valentía que se requiere para pedir perdón y perdonar. Cuando eliges esta opción cierras un ciclo de dolor y angustia. Perdonarte a ti misma(o) y a los demás, es sanar tu alma, es encontrar la paz necesaria para seguir avanzando en tu camino.  Es una decisión que solo depende de ti.