Apapachemos nuestra(o) niña(o) interior

Cada uno de nosotros tiene una historia.  Y esa historia tiene luces y oscuridades.  Nuestras madres y nuestros padres nos dieron el afecto que pudieron de acuerdo con lo que ellos recibieron de sus progenitores. Todos tenemos heridas, algunas más grandes que otras. A veces no somos conscientes de ellas.  Hoy quiero invitarte a que apapachemos nuestra(o) niña(o) interior.

En la actualidad hay muchas disciplinas sicológicas u holísticas entienden la  la importancia del trabajo con la niña o niño  interior. Saben que es un poderoso instrumento que nos ayuda a sanar viejas heridas emocionales. En nuestro interior también podemos entrar sabiduría y poder para nutrirnos.

Hoy te comparto las cartas que intercambiaron dos hermanos que recibieron la misma educación de sus padres, pero cada uno la asumió de una manera diferente. Estas cartas fueron publicadas en el libro Perdonar de Robin Casarjian.

Nuestra niña, nuestro niño interior, necesita saber que es, y siempre ha sido digno de amor y respeto infinitos, aunque hasta el momento no lo haya experimentado.

Carta de Katie

Katie escribió una carta a su hermano Ben cuando éste estaba terminando su proceso recuperación de su adicción a la cocaína en un centro de rehabilitación.

Querido Ben.

Esta carta trata de mí, pero te la escribo a ti.

Soy una mujer de 41 años que en su interior tiene una niña muy pequeña que sufre mucho.  Está muy escondida, a veces ni siquiera yo advierto conscientemente su presencia hp pero siempre ha sufrido y mucho.

El sufrimiento comenzó cuando esta niña era realmente muy pequeña. Ansiaba amor, ansiaba que la abrazaran, ansiaba ser especial. Pero creció junto a una mujer que también tenía en su interior una niña herida, una madre que no sabía demostrar amor, sobre todo de manera física.  No sabía abrazar a su hija porque probablemente su niña interior tampoco había sido abrazada nunca. De esta manera, entonces, mi niña interior aprendió a creer que no era digna de ser amada.

Desde que era muy pequeña, esta niña anhelaba ser aceptada, valorada y apreciada, pero creció junto a su padre que llevaba en su interior, un niño herido que se creía estúpido y pensaba que valía muy poco.

Así pues, este padre trató de hacer que su hija fuera valiosa y capaz. Trató de crear en ella una mejor persona, y para conseguirlo rebatía y discutía todo lo que la niña decía. De esta manera, la niña aprendió que, dijera lo que dijera, pensara lo que pensara, o creyera lo que creyera, siempre estaba equivocada. Aprendió a creer que era “estúpida”.

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Realmente la niña deseaba hacer las cosas bien, deseaba ser” capaz y valiosa”, deseaba ser lo mejor que podía se. Pero como los niños interiores de sus padres creían que no eran valiosos, encontraban mal o mediocre todo lo que su hija hacía. La criticaban muchísimo, insistiendo sobre todo en sus defectos y errores y en su negligencia (estupidez) cuando no lograba hacer alguna cosa. La niña aprendió a creer que jamás serviría para nada.

En el fondo la niña se enfadaba porque estaba dolida y no conseguía satisfacer sus necesidades. Pero en su casa el enfado era considerado muy destructivo y doloroso. Sus padres llevaban en su interior niños muy enfadados y expresaban ese enfado de maneras no sanas.

 Las manifestaciones de esa rabia eran muy peligrosas y dolorosas, a veces en el plano físico, pero más que nada en el plano emocional. Comentarios sarcásticos, peleas de terribles y gritos que se estrellan contra los sentimientos más profundos de la niña, dejando en ella resonancias que han sobrevivido hasta ahora.

La niña aprendió a hacerse invisible, a que nunca podía arriesgarse a expresar su enfado, porque eso era peligroso; a ser una esponja que embebe la rabia para impedir que salga y se esparza.

Ella sabía instintivamente que el amor es algo vital, pero no tenía ninguna manera de sentir amor ni de expresarlo, porque el amor se había perdido en medio del sufrimiento y el dolor de generaciones. Aprendió que estaba atrapada en la desesperanza… en una vida sin amor.

Aprendió a arreglárselas con el dolor metiéndoselo dentro, cada vez más adentro, más profundo… y con él enterró a su mismo yo. Intentaba estar siempre muy ocupada… trabajaba demasiado, trataba de hacer demasiadas cosas sin relajarse jamás, y sin atreverse a hacerlo porque entonces el dolor afloraba a la superficie demasiado fuerte, insoportable. Pero el dolor se convirtió en un malestar constante y ella aprendió a tratarlo planeando su muerte… no matarse a ella, sino más bien matar el dolor.

Trató de encontrar maneras de calmarlo, con tranquilizantes y antidepresivos, sabiendo siempre que el alivio definitivo sería el alcohol. Pero la niña había crecido con padres alcohólicos y temía al alcohol más que al dolor. De manera que ese obligó (la mayor parte del tiempo) a no beber. Llegó un momento en que se le agotó.

Ben, como te he dicho, esta carta trata de mí, pero es para ti. Tú creciste con los mismos padres heridos que yo tuve y en tu interior hay un niño pequeño herido que tal vez aprendió cosas distintas a las que aprendió la niña de esta carta, pero estoy segura de que, sean cuales fueren, no son ciertas. Ben, deseo tanto que sientas el amor que te tengo. Deseo consolarte, abrazarte y ayudarte a llevar tu dolor hasta que se haga menos pesado.

La única manera de hacerlo que me se me ocurre en estos momentos es escribirte esta carta con la esperanza de que el hecho de decirte lo que he llegado a comprender te sirva para ver que el sufrimiento que hay en tu interior tiene unas causas muy reales. Es comprensible que toda tu vida hayas estado buscando maneras de soportar y aliviar el dolor. Espero que continúes con la terapia una vez que salgas de allí. Tal vez sería útil que le mostraras esta carta a tu consejero; quizás sirva para comenzar o continuar la revisión de las mentiras que aprendió tu niño interior y como punto de partida para su curación.

Tengo una imagen muy nítida de ese niño que llevas dentro (¡adorable, por cierto!, con unos grandes y pícaros ojos azules) y lo abrazo con todo el amor de mi corazón.

Te quiero, Be. Estés donde estés y pase lo que pase en tu vida. Continuaré en comunicación contigo y, por favor, llámame en cualquier momento.

Con todo mi amor, Katie.

Respuesta de Ben

Querida Katie.

Bueno, he estado debatiéndome conmigo mismo entre escribirte o llamarte. El debate ha durado una semana. Este es mi último día aquí (centro de rehabilitación para drogadictos) y he decidido escribirte.

No he sido capaz de leer por segunda vez tu carta, pero lo haré cuando haya reunido el valor necesario. Esta carta me está llevando 15 minutos por frase, me cuesta encontrar las palabras.

Antes de venir aquí las palabras de tu carta no habrían significado nada para mí. Pero como ahora estoy un poco más receptivo, me ha sido posible tener la revelación más profunda sobre quién soy y por qué estoy así. Por primera vez en mi vida he sentido que podría comprenderme y he sabido que por lo menos otra persona me entiende.

Una razón por la cual necesito volver a leer tu carta es que mientras la leía lloré todo el tiempo… en realidad continué llorando durante 45 minutos mientras corría por la pista de atletismo. Fue como si me liberara de una enorme presión.

He estado repasando todas las decisiones importantes de mi vida y ahora empiezo a comprender un poco por qué siempre he seguido el camino erróneo. Incluso las decisiones que parecen haber estado bien, las tomé por motivos equivocados.

Hoy podría seguir y seguir escribiendo… Pero, por ahora, Katie, ten la seguridad de que te quiero mucho y que no sé expresar con palabras lo que ha significado para mí, tu carta.

Con todo mi amor, Ben.

Como en el caso de Katie y Ben reconocer y volver a conectar con nuestro interior es fundamental para curarnos y comprendernos a nosotros mismos. Te reitero mi invitación a que apapachemos nuestra(o) niña(o) interior.