Dios siempre está presente
Para mi, este inicio de año ha sido complejo. Regresar a Medellín y encontrar a mis padres más deteriorados de lo que los dejé, no ha sido fácil. Pero Dios siempre está presente, diciéndonos aquí estoy, confía.
Resulta que hoy debía llevar a mi padre a hacerse unos exámenes de laboratorio porque la semana entrante tiene cita de control de hipertensión.
Yo estuve por fuera de la ciudad casi un año y en este tiempo no había percibido que salir con él, hoy es más complejo. Sin embargo, me fui sola con él, como siempre lo había hecho.
Llegamos a la EPS, ingresé al parqueadero y no encontré lugar donde usualmente parqueo. Entonces me tocó buscar un espacio lo más cerca posible de la entrada. Parqueé donde pude, ayudé a salir a mi papá del carro y me dispuse a caminar por el parqueadero hacia la EPS.
Sentí que mi papá estaba caminando más despacio que antes y muy inseguro. Sumado a esta situación, en el recorrido nos encontramos con un reductor de velocidad vehicular compuesto por tres hileras de estoperoles. Pasar por ahí era difícil y un riesgo muy grande para mi papá. En este parqueadero no hay zonas peatonales delimitadas..
Por fortuna llegaron los primeros angelitos enviados por Dios. Dos muchachos que estaban ahí me ayudaron a pasar a mi papá por este obstáculo.
Luego se me acercó un vigilante y sin preguntarme llamó por radio a uno de sus compañeros para que trajera una silla de ruedas y mientras la traían, él se fue a buscar una Rimax para sentar a mi papá mientras tanto.
Llegó la silla de ruedas, acomodamos a mi papá y uno de los muchachos me acompañó hasta la EPS. Me dijo que podía quedarme con la silla, que le diera un documento que no fuera la cédula y que cuando terminara la llevara al puesto de información del primer piso.
La verdad, no se cómo hubiera hecho si esos muchachos no me hubieran ayudado.
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La ñapa
Llegamos a la EPS, hicimos el trámite, le tomaron las muestras de sangre a mi papá y salimos para regresar a casa.
Llegando al carro, volvió a aparecer uno de mis angelitos. El primer vigilante que me abordó (siento tanto no haberle preguntado su nombre) y me dijo “ya van a traer su documento para que no tenga que ir hasta el puesto de información a llevar la silla. Y vaya pague el parqueadero que yo la espero, aquí con su papá.
Y así fue. Dejé a mi papá acomodado en el carro y me fui a pagar el parqueadero. Cuando regresé ya se habían llevado la silla y el joven me entregó el documento.
En ese momento me sentí tan agradecida con Dios. Si esos chichos no hubieran estado, no hubiera sido capaz de llevar a mi papá a hacerse sus exámenes. Su ayuda fue vital para nosotros. Esos angelitos maravillosos evidenciaron que Dios siempre está presente.
Me siento infinitamente agradecida.