Agradecimiento infinito a las personas cuidadoras

En cada gesto de cuidado hay una manifestación de amor. Cuidar puede es atender a un personita vulnerable o enferma, acompañar, alimentar, escuchar, sostener a quien lo necesita. Honremos a quienes, desde su admirable labor apoyan la vida de sus protegidos. Agradecimiento infinito a las personas cuidadoras.

Lucía Benavides trabaja de noche en un hospital y de día cuida a su madre de 84 años. A veces siente que no tiene tiempo para sí misma, pero cuando su madre sonríe, recuerda por qué hace todo. “Cuidar también es mi manera de agradecer la vida”, dice. Como Lucía, millones de personas en el mundo sostienen existencias ajenas, muchas veces sin reconocimiento ni descanso, poniendo el cuerpo y el alma al servicio de las personas que las necesitan.

El cuidado está en todas partes: en la abuela que prepara un remedio casero, en el joven que acompaña a su hermano con discapacidad, en la persona migrante que limpia y cocina para sostener un hogar ajeno, en la madre o el padre que cría en condiciones adversas.

Históricamente, el cuidado se ha asociado al rol femenino y ha sido invisibilizado socialmente. Sin embargo, hoy se reconoce como una labor vital que atraviesa todas las identidades y culturas. El cuidado es una responsabilidad colectiva y una expresión de humanidad compartida.

Cuidar en tiempos exigentes

Vivimos en un mundo acelerado, donde la productividad muchas veces se impone sobre el descanso y el bienestar. Esto deja a las personas cuidadoras, madres solteras, trabajadores de la salud o familias desplazadas, enfrentando una sobrecarga emocional y física. La falta de políticas públicas, el escaso reconocimiento económico y las desigualdades de género agravan esta realidad.

La pandemia y las crisis sociales recientes visibilizaron una realidad: sin cuidado, no hay sociedad posible. Cuidar es tanto un acto de amor como una forma de resistencia frente a un modelo que prioriza el rendimiento antes que el bienestar.

Cuidar de quien cuida

Las personas cuidadoras suelen olvidar que también necesitan ser cuidadas. Algunas estrategias que pueden marcar la diferencia incluyen:

  • Escuchar y respetar los propios límites emocionales y físicos.
  • Buscar apoyo en redes familiares, comunitarias o profesionales.
  • Establecer pequeños rituales diarios de descanso o disfrute personal.
  • Pedir ayuda y aceptar que cuidar no significa hacerlo todo a solas.
  • Practicar la gratitud y el reconocimiento, incluso por los logros más pequeños.

Cuidarse es también una forma de dignificar su labor. Como reflexiona Juan Felipe Monsalve, un enfermero de Medellín que cuida a personas mayores: “Aprendí que si no cuido de mí, me pierdo en el cansancio. Y cuando me pierdo, dejo de cuidar bien.”

No es necesario ser cuidador para participar del entramado del cuidado. Todos podemos acompañar a quienes sostienen a otros: ofrecer escucha, compartir tareas domésticas, relevar a alguien por unas horas, o simplemente reconocer su esfuerzo con una palabra amable puede generar alivio y vínculo.

El cuidado compartido no solo aligera la carga, sino que teje comunidad. Cuando cuidamos juntos, surge una ética del afecto y la corresponsabilidad que humaniza la vida. Cada gesto cuenta: invitar a descansar, preguntar “¿y tú cómo estás?”, o agradecer puede ser una forma concreta de sanar las desigualdades que afectan a los cuidadores.

Cuidado, cultura y resiliencia

En las comunidades indígenas y afrodescendientes de América Latina, el cuidad históricamente ha sido una práctica comunitaria. No recae en una sola persona, sino que circula entre generaciones, vecinos y familias. En Paraguay, el concepto de “teko porã”, vivir bien en armonía refleja esa visión donde cuidar es equilibrar la vida de todos.

Historias como la de Rosa, una lideresa wayuu que organiza redes de apoyo para mujeres cuidadoras, o la de Andrés, un padre trans que cría a su hija con amor y coraje en medio de prejuicios, muestran que cuidar también es resistir la indiferencia y transformar los vínculos con ternura y dignidad.

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Reconocer, valorar y distribuir el cuidado de manera equitativa es un paso hacia una sociedad más justa. Cada persona cuidadora recuerda que la humanidad se sostiene en los lazos, no en la competencia. Cuidar es devolver humanidad a un mundo que muchas veces la olvida.

Hoy, este Día de las Personas Cuidadoras invita a mirar alrededor y reconocer que la vida se teje entre muchas manos, muchas historias y muchos corazones. Hagamos del cuidado una práctica compartida, cotidiana y un acto de justicia emocional.

Porque cuidar de otros, de nosotras, de la tierra es también un modo de sanar el mundo. Agradecimiento infinito a las personas cuidadoras.