Siempre hay espacio para la esperanza

A lo largo de mi camino me he encontrado con muchas situaciones que no quisiera vivir pero que corresponden a mi aprendizaje en esta vida. Hoy voy a hablar sobre la enfermedad y cómo a través de ella siempre hay un espacio para la esperanza.

Cuando una persona recibe un diagnóstico de cáncer, el mundo se detiene. Y como una avalancha incontrolable aparecen muchas preguntas:  ¿por qué a mí?, ¿qué hice mal?, ¿ahora qué hago? Aunque no hay respuestas únicas, lo cierto es que la ciencia ha venido revelando una verdad innegable: lo que comemos y lo que sentimos influye profundamente en nuestra salud.

La buena noticia es que, aunque no tenemos el control total de nuestra vida si podemos incidir en la aparición, evolución y curación de nuestras enfermedades.  Sin embargo, aunque sabemos cómo hacerlo, en muchos casos, no lo logramos por infinidad de razones relacionadas con la consciencia, la disciplina o la fuerza de voluntad.

Un enemigo invisible en el plato

Muchas personas sabemos que existen investigaciones que han demostrado la estrecha relación entre la alimentación y nuestra salud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 30% de los cánceres están relacionados con la alimentación. Los alimentos ultraprocesados —aquellos que vienen en empaques brillantes, sabores artificiales y etiquetas que parecen fórmulas químicas— han sido señalados como posibles activadores.

¿La razón? Estos productos suelen contener aditivos, azúcares añadidos, grasas trans y compuestos químicos que inflaman el cuerpo y debilitan el sistema inmunológico. Además, la falta de fibra, vitaminas y antioxidantes afecta los mecanismos naturales de defensa del organismo.

Por el contrario, las frutas, vegetales, granos integrales, proteínas de calidad y grasas saludables (como el aceite de oliva o las nueces) pueden ayudar prevenir e incluso apoyar la recuperación del cáncer.

No solo el estómago digiere. El alma también

Y si revisamos el tema emocional, también encontramos factores que nos enferman. Por ejemplo, cuando reprimimos lo que sentimos, nuestro cuerpo expresa, a través de las enfermedades esas emociones que no pudo digerir. Por eso una tristeza prolongada, el resentimiento, la culpa, el miedo crónico o un estrés permanente, afectan nuestro estado anímico. Y como en el efecto dominó, esto incide en nuestro sistema inmune y favorece un entorno para el desarrollo de diferentes enfermedades.

La siconeuroinmunología, una rama científica que estudia la conexión mente, emociones y sistema inmune, ha demostrado que el estrés emocional puede alterar la función de las células defensivas del cuerpo. No se trata de culpar a nadie por lo que siente, sino de comprender que curarse también implica sanar lo emocional.

Cuando practicas el perdón, hablas con alguien de confianza, escribes lo que sientes, meditas, haces terapia o simplemente aprendes a decir “no” cuando algo te sobrepasa, comienzas a gestionar tus emociones y ahí das los primeros pasos hacia la sanación.

Si estás pasando por el proceso

Si tú, o alguien que amas, está enfrentando una enfermedad de esas que no quisiéramos que existiera, es vital rodearte de un entorno amoroso y de hábitos que sumen. Aquí te comparto algunas recomendaciones:

  • Aliméntate con conciencia: menos procesado, más natural. Elige lo que nutre, no lo que entretiene.
  • Duerme bien: el sueño profundo ayuda a regenerar células.
  • Respira y medita: conectar con la calma interna reduce la inflamación y fortalece el sistema inmune.
  • Busca apoyo: no tienes que hacerlo en soledad. La red emocional es parte del tratamiento.
  • Haz lo que amas: la alegría también cura.

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Una enfermedad no es una sentencia de muerte; es, muchas veces, un llamado profundo a cambiar. A mirar hacia adentro. A sanar, no solo el cuerpo, sino todo lo que somos. Porque cada bocado y cada emoción cuentan. Y porque incluso en medio del dolor, siempre hay espacio para la esperanza.