La muerte

En los últimos días, la muerte ha estado muy presente en mi vida.  Tres personas cercanas trascendieron en menos de un mes: la suegra de mi hermano mayor, el esposo de una de mis mejores amigas y la semana pasada, un gran amigo que no esperaba que partiera tan pronto.

Y la muerte nos sigue sorprendiendo pese a que sabemos que está ahí, caminando al lado nuestro, respirándonos en la nuca porque ella es la única certeza en esta vida y tarde o temprano vendrá por nosotros.

Yo fui educada bajo la fe católica. Siempre estudié en colegios de monjas y la universidad, con jesuitas.  Así que muchas de esas creencias cristianas todavía están muy arraigadas en mí.

En este orden de ideas y de acuerdo con la información que recibí en mi niñez y en mi adolescencia, la muerte y la vida habían sido todo un misterio.  Sin embargo, con el paso de los años y de acuerdo con lo que he ido aprendiendo, apenas comienzo a entender realmente de qué se trata este enigma.

¿Morir o nacer?

Hoy estoy convencida de que no vivimos una sola vida, sino varias y cada una de ellas hace parte de nuestra evolución.  Fernando Pérez Cardona, uno de mis maestros en temas espirituales, me explicaba que la vida es como un grado en la escuela y en la medida en que cumplimos las exigencias del curso, avanzamos a un nivel superior, otra vida tal vez más rigurosa que la anterior.

De acuerdo con lo que me decía Fer, en cada experiencia de vida debemos cumplir con 5 aspectos o materias.

  1. Un destino, lo que venimos a aprender;
  2. Una misión, lo que venimos a enseñar;
  3. Una función, lo que venimos a desarrollar para nuestro sustento;
  4. Un propósito, desarrollar 3 virtudes: felicidad, paz interior y servicio incondicional;
  5. Una intención, el enfoque para cumplir las tareas.

Entonces, tal como diseñes lo necesario para vivir (tu destino) debes diseñar lo necesario para morir (tu misión).  Lo que aprendas en tu vida actual, con tu destino, hará parte de tu próxima misión  y el destino en tu próxima vida será lo que no alcances a aprender en ésta. Así mismo, todo lo que aprendas en esta experiencia de vida, se convertirá en parte de tu próxima misión.

Por otro lado, nacer es el parto del cuerpo temporal, mientras que morir es el parto del espíritu universal y eterno. Por supuesto que todo parto tiene algún dolor físico. Esto lo saben perfectamente las madres.  Sin embargo, cuando miras la luz de ese ser único y maravilloso, tu alma se regocija inmediatamente.

Como vivas acá, vivirás allá

Es necesario que prepares tu vida aquí en la tierra, que vivas y dejes vivir.   También es necesario prepararte para morir y dejar morir. Debes permitir que los demás vivan, que sean felices.  Debes dejar de ser la torre de control que quiere manejarlo todo y dedicarte a ser feliz para que cuando llegue tu momento de morir, puedas celebrar porque estarás naciendo al espíritu.

Y cuando le toque el turno a tu ser querido, también debes dejarla ir en paz y amor, porque ella también tiene derecho a nacer al espíritu. Eso si, debes acompañarla, orientarla, agradecer su existencia en tu existencia y despedirla con júbilo y no con llanto.

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Es normal que te sientas triste ante la partida de un ser querido porque así aprendiste a enfrentar tus procesos sentimentales.  Sin embargo, debes vivirlo como un asunto que te permite descargar tus emociones del momento, pero no lo asumas como una despedida definitiva.

“Me preparo en la vida para morir y me preparo en la muerte para vivir”. Esa es la realidad del universo y es lo contrario a lo que nuestra cultura nos plantea. Mientras estás con ese cuerpo físico que llamamos «vida» (aunque la vida no es eso), te preparas para aprovechar tu experiencia de vida, para nacer al espíritu y abandonar el cuerpo en paz.

Cuando ya no estás en un cuerpo físico entonces te preparas para vivir una nueva experiencia, una nueva vida. Esta rutina la repetimos vida tras vida. “Ojalá salgamos de tantos miles de años de culto a los muertos, que ha sido un asunto tradicional de muchas las culturas del planeta”.  De acuerdo, con algunas creencias orientales, la muerte como tal no existe porque cuando trascendemos vamos a Dios a la espera del nuevo “vestido», otro cuerpo con el cual transitaremos otro nivel, en nuestro camino evolutivo.  Nuestra esencia está hecha de una materia prima inmortal e indestructible.