Una mujer con la que estoy inmensamente agradecida

Muchas veces encontramos seres extraordinarios en la vida, que nos acompañan un tramo largo de nuestra vida: familiares, amigos, empleados, desconocidos…  A veces los reconocemos y valoramos. Depende mucho del impacto que tengan en tu vida. Hoy te traigo la historia de una mujer con la que estoy inmensamente agradecida.  Además, es un personaje muy particular.

Se trata de Yonaida Vargas Correa, la persona a la que le hemos entregado la vida de nuestros padres.  Ella llegó a nuestras vidas hace unos 10 años más o menos, como empleada del servicio doméstico. Comenzó un día a la semana y se encargaba de hacer el aseo general del apartamento donde yo vivía con mi hijo.

Por asuntos de nuestro aprendizaje de vida, como familia tuvimos una sacudida fuerte que nos cambió la vida.  Mis padres debieron vender el apartamento en el que vivimos más de 25 años y comprar uno más pequeño.  De esa manera quedaba un dinero para su sobrevivencia.

Realmente el tema económico nos golpeó y con el propósito de apoyarlos en ese trance, regresé a vivir con ellos para asumir varios gastos que hasta ese momento corrieron por cuenta de mi papá.

Yonaida siguió trabajando con nosotros por días. Con el paso del tiempo se presentó la necesidad de tener una persona toda la semana y cuando tuvimos la posibilidad la contratamos para que viniera de lunes a viernes. Entre 2022 y 2023 tuvimos un break debido al tema económico.

Desde octubre de 2022, volvimos a contratarla. En el 2023, la vida me llevó a Montería a trabajar y Yonaida prácticamente asumió, junto con mi hijo la responsabilidad del día a día de mis papás. Para ese momento el Alzheimer de mi padre avanzaba y la motricidad de mi mamá se fue deteriorando rápidamente.

Desde el principio Yonaida ha mostrado un afecto sincero por mis padres que pienso que se fortaleció cuando ella vivió con ellos. Ellos la quieren y eso dice mucho de su trabajo y del trato que les ha dado todos estos años.

Cuidar a mis padres requiere de mucha paciencia y mucho amor. Hay que acompañarlos al baño, atenderlos todo el tiempo, tranquilizarlos cuando se angustian, ejercitarlos… Adicionalmente, debe cumplir con las actividades de cocina y aseo de la casa. La verdad es una mujer con la que estoy inmensamente agradecida.

También puedes leer Una historia de resistencia y resiliencia

Una vida de rosas

La vida de Yonaida no ha sido fácil y ahora que la conozco un poco más entiendo su actitud hacia la vida. Nació en Necoclí, Antioquia. Es la mayor de 3 hermanos de una familia campesina, tradicional, religiosa y muy unida.

Hasta los 8 años tuvo una vida normal. Vivía en una finca, donde su familia cultivaba plátano, ubicada en la vereda El Carlos, 10 minutos antes de llegar a Necoclí. Un día, cuando su mamá y su hermana regresaban del hospital, Yonaida, escuchó que venían y salió corriendo a recibirlas. Sin fijarse si venían carros, cruzó la carretera y un vehículo la arrolló. Ese accidente cambió su vida para siempre.

Se fracturó las piernas y el brazo izquierdo. “Desde ahí empezó mi vida de hospitales, cirugías, dolores y de todo. Mi mamá todavía lactaba a mi hermana pequeña y le tocó dejarla con una tía para acompañarme”.  Yonaida fue atendida a través del Sisbén, porque los dueños del carro que la atropelló nunca asumieron su responsabilidad e incluso, intimidaron a su papá para que no reclamara.

En Apartadó, Antioquia, comenzó un largo y doloroso camino de cirugías. Cada una de ellas era un calvario: la intervención, las inyecciones, la enyesada desde el pecho hasta la puntita de los dedos, la inmovilización. Una experiencia demasiado fuerte para una niña de 6 años. “Fue horrible porque siempre estaba muy, muy, limitada para todo. Dependía ciento por ciento de mis papás para moverme, para mis necesidades. Me acuerdo de que me ponían sobre una mesa, me acomodaban con almohadas, pero no podía dormir y se me adormecían mucho mis pies, en fin…”.

Como estaba en etapa de crecimiento, de los seis a los nueve años tuvo que pasar por el quirófano nueve veces pues debían hacerle correcciones a sus piernas, especialmente la derecha que tendía a torcerse.

La última cirugía fue en Medellín, en el hospital San Vicente de Paúl. Razón por la cual la familia se dividió: a sus hermanas las enviaron a Buenavista, Córdoba a la casa de una tía materna. Su papá se quedó en Necoclí trabajando para solventar los gastos de todos especialmente los Yonaida y su mamá que estuvieron durante un año en Medellín.

Faltando tres meses para regresar a su casa tuvo un accidente en el baño que provocó que uno de los pines del aparato que le habían puesto para la recuperación de sus huesos, le reventara el fémur. Entonces tuvo que regresar al quirófano. Esta situación alargó su sufrimiento y su estadía en Medellín.

En ese momento su estabilidad emocional se fue al suelo y cayó en una fuerte depresión. Sin embargo, su templanza y su regreso a Necoclí, tres meses más tarde, la motivaron para seguir viviendo de la mejor manera a pesar del calor, la humedad, los dolores y su restringida movilidad.

El comienzo de una nueva vida

Después de un año, la necesidad de una nueva revisión la llevó a encontrarse con Carlos Valderrama un ortopedista del San Vicente de Paúl y el hospital Pablo Tobón Uribe. Él la evaluó y le dijo que la intervendría nuevamente para extraer el aparato que la había acompañado los últimos años y adecuarle una osteosis de apoyo, una especie de canoa sintética que iba de la cadera hasta la planta del pie. Este aparato costaba en esa época cerca de $500.000.

Sus padres, apoyados por la comunidad, realizaron actividades para recoger dinero y para pagar ese aparato.

A partir de la recuperación de esa última cirugía, Yonaida comenzó una nueva vida, que ella entendió como una segunda oportunidad. “Decidí qué iba a hacer con mi vida. Soy la única de mi familia que está por acá (Medellín).  Quería vivir mi vida a mi manera. Quería experimentar, probar, conocer”. Era una forma de recuperar lo que no había podido vivir.

Comenzó a trabajar desde los 14 años como niñera de medio tiempo.  Estudiaba en la noche y tan pronto terminó sus estudios se independizó.

Se casó a los 25 años. después de tres años de noviazgo. Ese matrimonio duró 10 años. “Fue una relación bastante estable. Muy bonita, de la que guardo muy lindos recuerdos. Y bueno, no nos entendimos a lo último y tomamos la decisión de separarnos. Pero en términos generales fue una experiencia muy bonita”.

Desde muy joven, 13 años, decidió no tener hijos porque su experiencia de cirugías, médicos, tratamientos y demás, la dejaron marcada.  Además, los médicos le dijeron que era estéril. Sin embargo, después de que se casó pensó en tener hijos.  incluso se sometió a un tratamiento de casi 5 años. “Entonces me puse un tope máximo de edad para tenerlos. Si yo a los 33 años no quedaba embarazada, pues lo mejor era no tener hijos”. Y así fue.

También puedes leer Una tradición de gente berraca

Vivir como si fuera el último día

Para Yonaida los niños y los ancianos son los seres que más amor y atención necesitan. Pero su vocación la llevó a cuidar ancianos porque su vida es corta y sea cual sea ese tiempo que tarden en partir, que sea el más feliz de sus vidas. Y eso es lo que ella pone en práctica con mis papás.

“Soy feliz. Sí, mucho. Porque Dios me dio una segunda oportunidad de vida. A pesar de todas las adversidades que me ha tocado vivir y gracias a mi familia decidí hacer mi propia historia, por acá conociendo gente, haciendo cosas diferentes”.

Y es que esta mujer vive cada día como si fuera el último. “Que, si me voy a ir mañana, me vaya feliz.  Hasta ahora he hecho todo lo que me he propuesto. Y siento que eso es una satisfacción impresionante, se siente increíble. Tú vienes a este mundo con un propósito: ser feliz, hacer lo que te gusta, lo que te apasiona”.

Yonaida tiene un temperamento fuerte, es sincera y no se queda con nada, todo lo dice. También es generosa y a mi hijo y a mí también nos consiente. Rara vez dice no, pero cuando lo hace, es clara, directa y contundente.

Saca tiempo para Katy, una perrita que nos acompaña hace unos 3 años más o menos. Y recientemente me sorprendió y me hizo reír. Resulta que yo tengo un negocio de accesorios que llevo para todas partes en una cajita. Un día, mientras les daba la vueltecita matutina a los viejitos, les mostró el negocio a las vecinas de la unidad donde vivimos y me ayudó a vender.

Por todo esto y muchas cosas más que dejo de contar para no extender esta historia, Yonaida es una mujer con la que estoy inmensamente agradecida.