Un pincel que tumbó las barreras de su tiempo

En marzo especialmente, cuando se conmemora el día de la mujer, dedicaré varios espacios para contar la vida las muchas de mujeres valientes que triunfaron a pesar de los obstáculos y son referente de pasión, lucha y talento inquebrantable. Comienzo esta serie de historias con Berthe Morisot un pincel que tumbó las barreras de su tiempo.

Berthe Morisot nació el 14 de enero de 1841 en Bourges, Francia. Su familia era burguesa, culta y acomodada. Su padre, Edmé Tiburce Morisot, era un alto funcionario del gobierno, y su madre, Marie-Joséphine-Cornélie Thomas, provenía de una familia de artistas. Desde pequeña, Berthe y sus hermanas recibieron una educación refinada, que incluía música, literatura y, por supuesto, pintura.

A diferencia de otras niñas de la época, cuya educación artística se limitaba a pasatiempos domésticos, Berthe y su hermana Edma mostraron un talento sobresaliente para la pintura.

Su madre, lejos de desalentarlas, les permitió recibir clases con reconocidos maestros, aunque siempre bajo las restricciones impuestas a las mujeres: no podían ingresar a la Escuela de Bellas Artes ni asistir a sesiones de dibujo con modelos en vivo, algo fundamental para los artistas de la época.

Sin embargo, la determinación de Berthe era inquebrantable. En su juventud, conoció al pintor Camille Corot, quien se convirtió en su mentor y le enseñó la técnica de la pintura al aire libre, un enfoque que más tarde influiría en el impresionismo.

La única mujer en el corazón del impresionismo

A los 23 años, Morisot logró exponer en el prestigioso Salón de París, el evento artístico más importante del momento. Pero el destino tenía otros planes para ella.

En 1868, conoció a Édouard Manet, uno de los pintores más innovadores del siglo XIX, quien quedó cautivado por su talento. Su relación artística fue intensa y fructífera: mientras ella perfeccionaba su estilo y se acercaba cada vez más a la revolución impresionista, Morisot posó en varias de sus pinturas más emblemáticas.

Cuando los impresionistas, liderados por Monet, Renoir y Degas, decidieron organizar su propia exposición en 1874 para desafiar las normas establecidas, Berthe Morisot fue la única mujer en participar. Sus pinturas, que capturaban la luz y el movimiento con pinceladas sueltas y colores vibrantes, fueron bien recibidas. Sin embargo las críticas a menudo se centraban más en su condición de mujer que en su arte.

Ese mismo año, se casó con Eugène Manet, hermano de Édouard Manet, un hombre que apoyó su carrera y la animó a seguir pintando. Juntos tuvieron una hija, Julie, quien más tarde se convirtió en una importante mecenas del arte.

El reconocimiento y los últimos años de su vida

A pesar del apoyo de su círculo cercano, Morisot tuvo que luchar contra la invisibilización de su trabajo. Sus cuadros no alcanzaban los precios de sus colegas masculinos, y su papel en la historia del impresionismo fue minimizado durante décadas. Sin embargo, ella nunca dejó de pintar.

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En sus últimos años, su arte se tornó más melancólico y expresivo, reflejando una evolución profunda en su estilo. En 1895, a los 54 años, contrajo neumonía y falleció, dejando un legado invaluable en el arte moderno.

Hoy, su obra ha sido revalorizada y ocupa un lugar central en museos de todo el mundo. Berthe Morisot no solo fue un pincel que tumbó las barreras de su tiempo, sino que abrió el camino para muchas generaciones de mujeres artistas. Su vida es un testimonio de pasión, lucha y talento inquebrantable.