El volcán sagrado de Japón

El majestuoso Monte Fuji, el más alto de Japón con 3.776 metros de altitud, es símbolo nacional, emblema cultural y centro espiritual donde se conectan el hombre, la naturaleza y Dios. Conozcamos el volcán sagrado de Japón.

Fíjate que el Fuji-san, como lo llaman los japoneses, ha sido venerado desde tiempos antiguos por sintoístas y budistas. En el sintoísmo, se le considera el hogar de la diosa del fuego, Konohanasakuya-hime, y representa pureza, renacimiento y protección. Su forma simétrica, inspira equilibrio, armonía y respeto profundo por la Tierra.

Escalar el Monte Fuji no es solo una aventura física; es una experiencia profundamente espiritual. Cada año, entre julio y septiembre, miles de personas —turistas, monjes, familias y buscadores espirituales— se lanzan a la travesía, a menudo de noche, para llegar a la cima al amanecer y presenciar el goraikō: la salida del sol desde lo más alto de Japón. Quienes lo logran hablan de una sensación indescriptible: como si el cuerpo quedara atrás y solo el alma permaneciera, fundida con el cielo y el volcán.

Se dice que escalar el Fuji una vez en la vida es suficiente para la purificación espiritual. Dos veces, en cambio, es considerado un exceso porque el volcán no debe ser dominado, sino honrado.

En cada paso hacia la cima, se siente el poder ancestral del volcán: su silencio imponente, sus senderos de roca negra, el viento que parece cargar antiguos susurros. Muchos peregrinos afirman que el cansancio físico da paso, sorpresivamente, a una calma mental inusual. Como si el volcán hablara a través del cuerpo, obligándolo a soltar, respirar y simplemente estar.

¿Por qué se dice que su energía es purificadora?

Porque el volcán sagrado de Japón es al mismo tiempo, fuego, destrucción, silencio, regeneración. Aunque su última erupción fue en 1707, su presencia sigue viva, latente. Esa dualidad —belleza y poder, quietud y fuego— recuerda al ser humano que dentro también existe un volcán esperando despertar para limpiar lo que ya no sirve y renacer con más fuerza.

También se cree que su ubicación geomagnética conecta líneas energéticas poderosas, haciendo del Fuji un vórtice natural de energía. Quienes meditan en su base o en la cima aseguran sentir una vibración distinta, como si el tiempo se detuviera y todo cobrara sentido.

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El Monte Fuji no es solo un destino turístico. Es el volcán sagrado de Japón. Quien se atreve a escalarlo regresa diferente. Porque arriba en la cima, donde el aire es escaso, el espíritu se expande. Allí, uno entiende que el camino más difícil suele ser el más sanador. Y que, en el corazón de un volcán, también se puede encontrar la paz.