Brujas: memoria, resistencia y poder femenino

Cada 31 de octubre las calles se llenan de sombreros puntiagudos, escobas voladoras y calderos humeantes, entre muchos disfraces. Pero pocas personas conocen el verdadero origen de las brujas. Más allá del interés comercial que envuelve el Halloween, una antigua festividad celta de Samhain marca esta historia que atraviesa siglos de violencia patriarcal, pero también de inquebrantable fortaleza. Brujas: memoria, resistencia y poder femenino.

Las brujas fueron mujeres de carne y hueso, acusadas, torturadas y ejecutadas por el simple hecho de saber más de lo que les era permitido, ser libres o vivir al margen de las reglas. Hoy, en pleno siglo XXI, su legado se ha convertido en un poderoso símbolo de empoderamiento, autonomía y diversidad para quienes se niegan a ser domesticadas.

Raíces paganas y saberes ancestrales

Mucho antes de que la hoguera se convirtiera en su destino, las brujas eran mujeres sabias, curanderas y alquimistas que dominaban conocimientos sobre anatomía, botánica, sexualidad, amor y reproducción. Eran las depositarias de saberes transmitidos de generación en generación, especialmente en comunidades rurales donde la medicina era inalcanzable. Conocían las propiedades de plantas medicinales, asistían partos, preparaban ungüentos para aliviar dolores y, lo más peligroso de todo para el orden establecido era que poseían conocimientos sobre el control de la natalidad y la anticoncepción.

Estas mujeres, frecuentemente, vivían solas en casas cerca al bosque, generaban sus propios ingresos y gozaban de una extraña independencia para la época. Su autonomía económica, sexual y espiritual las convertía en figuras incómodas para una sociedad que comenzaba a consolidar estructuras de poder cada vez más masculinas y jerarquizadas.

Cacería de brujas

Entre los siglos XV y XVIII, Europa vivió uno de los episodios más oscuros de su historia: la caza de brujas. Lejos de ser un fenómeno medieval, este genocidio alcanzó su punto álgido en plena Edad Moderna, coincidiendo con la consolidación del capitalismo y la necesidad de controlar el cuerpo y la capacidad reproductiva de las mujeres.

En 1487, los inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger publicaron el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas), un tratado que establecía «pruebas» de brujería, describía cómo detectar brujas y legitimaba el uso sistemático de la tortura para obtener confesiones. Aunque la Iglesia Católica prohibió el libro, poco después de su publicación, se reimprimió tres veces y se convirtió en el manual de referencia de la persecución.​

Los datos históricos son escalofriantes: entre 1580 y 1640 se registraron aproximadamente 110.000 procesos en Europa y entre 60.000 y 70.000 personas ejecutadas. El 75% de ellas, mujeres. Alemania fue la región más letal, con unas 26.000 ejecuciones. Aunque España, Italia y Portugal tuvieron cifras relativamente bajas gracias a la intervención moderadora de la Inquisición en algunos casos, en los territorios protestantes las sentencias de muerte fueron devastadoramente altas.

Patriarcado, capitalismo y domesticación del cuerpo femenino

¿Por qué esta ferocidad contra las mujeres? La historiadora y escritora feminista Silvia Federici, en su obra fundamental Calibán y la bruja (2004), asegura que la caza de brujas fue un elemento fundacional del capitalismo. No se trata de fanatismo religioso ni de superstición medieval, sino de un proyecto político deliberado para destruir el poder social y económico de las mujeres.

El surgimiento del capitalismo requería una reorganización radical del trabajo. Las mujeres debían ser relegadas al espacio doméstico, despojadas de su autonomía económica y reducidas a su función reproductiva. El control que ejercían sobre su propia sexualidad y fertilidad, enseñado por parteras y curanderas, representaba una amenaza directa a este proyecto.

La caza de brujas cumplió así una triple función: destruir la resistencia popular al despojo de tierras comunales, aterrorizar a la población femenina y disciplinar los cuerpos de las mujeres, colocándolas en una posición subordinada que permitiera su explotación reproductiva al servicio del nuevo orden económico. Como señala Federici, «la caza de brujas debilitó la resistencia de la población a las transformaciones que acompañaron el surgimiento del capitalismo».

Resignificación feminista: de monstruo a ícono de liberación

Pero la historia no termina en la hoguera. En el siglo XX, Desde finales de los años 60 el movimiento feminista ha protagonizado una poderosa recuperación simbólica. La bruja, esa figura construida por el patriarcado como «monstruo femenino», ha sido deconstruida y restituida como arquetipo de resistencia, autonomía y poder.

En 1968, en plena efervescencia del movimiento de liberación femenina nació WITCH (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell), un colectivo feminista que adoptó la iconografía de la bruja como símbolo de desafío al sistema capitalista y patriarcal. Sus acciones callejeras, vestidas de negro, con sombreros y escobas, pusieron en escena una estética de lo monstruoso femenino que buscaba recuperar aquello que les habían negado ser a las mujeres: independientes, poderosas, indomables.

Hoy, la figura de la bruja se ha convertido en un símbolo transversal del feminismo contemporáneo. Representa a la mujer que se niega a encajar en los moldes establecidos, que reivindica su derecho al conocimiento, a la autonomía corporal, a la sexualidad libre y al espacio público. Es el arquetipo de la rebeldía, la transgresión y la resistencia frente a todas las formas de opresión.

Como dice el lema feminista que resuena en marchas y manifestaciones: «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Una afirmación de memoria histórica, pero también de continuidad política. Cada mujer que se atreve a ser diferente, cada voz femenina que se alza contra la injusticia, cada cuerpo que reclama autonomía está encarnando el espíritu indomable de aquellas mujeres que resistieron hasta el final.

Brujas diversas

La resignificación contemporánea de la bruja también ha incorporado una lectura desde la diversidad de género, sexual y cultural. La bruja es, por definición, la otra, la marginal, la que no encaja. Su historia de persecución resulta en la experiencia de todas las identidades disidentes que han sido castigadas por transgredir las normas binarias y heteronormativas.

Lee también Más que dulces y disfraces es un viaje a las raíces ancestrales

En América Latina, las mujeres afrodescendientes e indígenas han recuperado sus propias genealogías de «brujas», curanderas, parteras, conocedoras de plantas y rituales ancestrales, como formas de resistencia y defensa de otros saberes. De esta manera la bruja se convierte en un símbolo de reexistencia frente al racismo, el clasismo y el colonialismo que sigue operando sobre los cuerpos feminizados y racializados.

El conjuro que permanece

Esta noche de Halloween, cuando veas niñas y jóvenes disfrazadas de brujas, recuerda que detrás de esos sombreros puntiagudos está la memoria de mujeres que supieron, que sanaron, que vivieron libres y que pagaron con su vida el precio de su independencia. Pero también la memoria de la resistencia inquebrantable, de saberes que sobrevivieron a la hoguera, de genealogías que se transmiten entre generaciones.

Porque las brujas nunca murieron del todo. Viven en cada mujer que rechaza ser domesticada, en cada voz que denuncia la violencia patriarcal, en cada cuerpo que se niega a ser disciplinado. Viven en la diversidad que incomoda, en el conocimiento que libera, en la sororidad que teje redes de apoyo y cuidado mutuo.

Como escribió la Silvia Moreno-García: «Las brujas no están muertas, sino que viven en cada mujer que se atreve a ser diferente». Y en tiempos donde las libertades conquistadas siguen siendo frágiles, donde los fundamentalismos de todo tipo amenazan con retrocesos, reivindicarse como bruja es un acto político, una declaración de guerra contra todas las formas de opresión.

Que esta noche mágica nos recuerde que el verdadero poder de las brujas nunca estuvo en los conjuros, sino en su negativa a arrodillarse. En su capacidad de sostener la verdad frente al poder, de mantener la dignidad en medio del horror, de transmitir saberes prohibidos de generación en generación. Ese es el hechizo que heredamos. Brujas: memoria, resistencia y poder femenino.