¿Tiene sentido la guerra?
Tel Aviv, Israel. Una sirena rompe el silencio del amanecer. Son las 7:00 a.m. y la ciudad despierta sobresaltada. Luego, un estruendo brutal sacude el barrio de Ramat Gan. Smadar Shitrit, una mujer de 60 años alcanzó a refugiarse en un sótano antes de sentir la onda explosiva: “Todo se vino abajo”, relata con la voz entrecortada. “Pero el daño en el alma, en el corazón, duele mucho más”. Afuera, la escena es desgarradora: fachadas destrozadas, vidrios regados por todos lados, vecinos cubiertos de polvo que tratan de entender qué está pasando. Y me preguto, ¿tiene sentido la guerra?
Una guerra que tiene su origen en el pasado
Irán e Israel llevan décadas viéndose como enemigos irreconciliables. Pero no siempre fue así. Antes de 1979 fueron aliados cercanos: compartieron el negocio del petróleo e intercambiaron entrenamiento militar. Sin embargo, la Revolución Islámica lo cambió todo.
El ayatolá Ruhollah Jomeini rompió relaciones y convirtió a Israel en el villano preferido de Teherán, denunciando la ocupación de Palestina. Desde entonces, el régimen iraní ha repetido su deseo de “borrar a Israel del mapa”.
Las tensiones subieron de nivel con los años: sabotajes encubiertos, virus informáticos como Stuxnet que destruyeron centrifugadoras nucleares, científicos asesinados misteriosamente en las afueras de Teherán, ataques indirectos a través de grupos aliados (Hezbolá en el Líbano, Hamas en Gaza).
El tema de mayor tensión entre estas naciones y el mundo en general han sido las plantas de energía atómica. Y alrededor de este asunto ha habido varios intentos de distensión, como el acuerdo nuclear de 2015, que estableció un límite de posesión de uranio enriquecido de 3,67 %. En 2018 Estados Unidos se retiró unilateralmente y dejó ese pacto herido de muerte.
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Por otro lado, la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) alertó que por primera vez en 20 años, Irán había violado el pacto, al llegar un acumulado de uranio del 60 %. Entonces, Israel interpretó este hecho como una amenaza para el mundo porque, aunque todavía está por debajo del 90% necesario para un arma atómica, es un pequeño paso técnico antes de alcanzar la calidad para una bomba.
Explosiones en Teherán, misiles en Israel
Con ese argumento, Israel tomó una decisión temeraria: lanzar un ataque preventivo sobre territorio iraní. El pasado 13 de junio, de forma sorpresiva y mientras en Teherán la mayoría dormía, Israel desató un bombardeo sin precedentes contra más de 200 objetivos en Irán.
El impacto fue devastador: según informes iniciales, en ese primer ataque murieron varios generales de alto rango (incluso el jefe del Estado Mayor iraní) y al menos nueve científicos nucleares. La Operación “León Ascendente” –como la bautizaron las Fuerzas de Defensa de Israel– buscaba destruir el programa nuclear persa de un solo golpe.
Entonces, Teherán acusó a Israel de “agresión injustificada” y no tardó en responder. El 19 de junio, Irán contraatacó con una lluvia de misiles y drones lanzados desde su territorio. Más de 300 proyectiles atravesaron los cielos en dirección a ciudades israelíes. La moderna Cúpula de Hierro y otros sistemas antimisiles hicieron lo posible: decenas de cohetes fueron interceptados en pleno aire, dibujando estelas blancas sobre Tel Aviv como cicatrices en el firmamento. Pero algunos lograron pasar.
Los estragos se sintieron por todo el país. En Holón y Ramat Gan (área metropolitana de Tel Aviv), misiles impactaron edificios de apartamentos, oficinas, escuelas. Otro ataque aterrador.
Uno de los misiles alcanzó de lleno el Hospital Soroka en Beersheba, el mayor centro médico del sur de Israel. Por fortuna, el ala quirúrgica había sido evacuada poco antes, lo que evitó una masacre. “Es muy triste, nunca pensé que algo así pudiera suceder. Nunca… Aquí solo hay profesionales médicos y pacientes”, lamentó el oftalmólogo Wasim Hin, en medio de las salas destrozadas de su hospital.
Atacar un hospital, considerado crimen de guerra por Israel, fue cruzar una línea roja. “Teherán pagará un precio altísimo por este ataque”, aseguró Netanyahu, en una de sus intervenciones públicas. Mientras su ministro de Defensa juró que al ayatolá Alí Jamenei “ya no se le puede permitir seguir existiendo”. La retórica de ambos lados alcanzó niveles extremos.
Vidas en vilo de un lado y otro
En las calles de Tel Aviv y Jerusalén, la gente del común está aterrorizada bajo la sombra de esta guerra súbita. El miedo, la confusión y la incertidumbre se apodera de todo. Incluso en las poblaciones cercanas a Gaza o a la frontera libanesa, acostumbradas a las sirenas, muchos israelíes dicen que esta vez se siente diferente porque el enemigo no es una milicia insurgente, sino un Estado poderoso a 1.500 km.
Del lado iraní también se siente el dolor y el caos. Las noticias cuentan que cientos de civiles iraníes huyen de Teherán atemorizados por las explosiones nocturnas y la posibilidad de más bombardeos. “Estos días y noches han sido aterradores… Las sirenas, los lamentos, el peligro de ser alcanzados por misiles”, describió Mohamad Hasan, un estudiante iraní que logró salir a Pakistán.
Irán reporta al menos 224 muertos en su territorio en la primera semana de hostilidades, entre ellos familias atrapadas en los ataques israelíes. En Israel, las bajas ascienden a unas 25 personas fallecidas –incluidos niños– y cientos de heridos. Dos naciones enteras están sufriendo las consecuencias de esta confrontación.
El mundo en alerta buscando salidas pacíficas
El impacto de esta guerra trasciende con mucho a sus protagonistas. Las potencias mundiales contienen el aliento ante la posibilidad de una escalada mayor.
Estados Unidos, aliado histórico de Israel, por ahora se ha mantenido militarmente al margen, pero el presidente Trump admite que sopesa involucrarse directamente “en las próximas dos semanas”. Su gobierno ha insinuado que podría utilizar incluso la gigantesca “bomba rompe-búnkeres” GBU-57, la única capaz de alcanzar instalaciones nucleares profundamente enterradas como la de Fordo.
La sola idea de aviones estadounidenses bombardeando Irán enciende las alarmas de una conflagración regional o mundial. Europa, por su parte, intenta abrir una vía diplomática desesperada: cancilleres de Alemania, Francia y Reino Unido se reunieron con el canciller iraní en Ginebra, buscando frenar el espiral de violencia. Hasta ahora, Irán dice que no negociará nada “mientras Israel siga atacando”. Israel parece decidido a seguir hasta desmantelar completamente el potencial nuclear iraní.
La ONU clamó por moderación. “Estoy particularmente preocupado”, dijo el secretario general António Guterres, condenando cualquier escalada militar en Oriente Medio. Potencias como Rusia y China culpan abiertamente a Israel de “violar la soberanía iraní” y advierten “graves consecuencias” si la situación empeora.
En Pekín y Moscú temen que un Oriente Medio encendido afecte sus propios intereses y la estabilidad global. Mientras tanto, los precios del petróleo han empezado a subir en los mercados internacionales. Además, una guerra que involucra a un gran productor como Irán se traduce en incertidumbre energética.
En Latinoamérica las reacciones también están divididas. Gobiernos aliados de Irán, como el de Venezuela, condenaron con vehemencia la ofensiva israelí calificándola de “acto de guerra” y expresando solidaridad con “el Líder Supremo Jomeini y el pueblo iraní”.
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En Colombia, en cambio, la postura oficial ha sido más prudente: la Cancillería manifestó su preocupación por las repercusiones del conflicto en la estabilidad mundial, exhortando a la moderación y al respeto del derecho internacional humanitario. El gobierno colombiano hizo un llamado a usar los canales diplomáticos para evitar una escalada y buscar una solución pacífica.
¿Tiene sentido la guerra, en pleno siglo XXI?
¿Cómo es posible que, tras tanto avance tecnológico y supuesta madurez política, sigamos resolviendo las diferencias a punta de bombardeos y “misilazos”, poniendo en riesgo vidas inocentes y la paz mundial?
La ciudadanía común y corriente, no quiere esta guerra. Son los líderes y ayatolás, generales y presidentes, quienes han empujado al abismo a pueblos que podrían convivir. Y en pleno siglo XXI –con todos los aprendizajes que nos ha dejado la historia– es desolador y absurdo que la guerra vuelva a imponerse sobre la diplomacia.
Paradójicamente, en medio de los escombros hay personas salvando vidas, compartiendo agua, abrazándose, ayudándose. Si algo queda claro bajo las sirenas de Teherán y Tel Aviv es que esas personas que están allí no quieren la guerra y desean que termine ya.