Los pioneros de las redes sociales sin internet
Antes de que existiera WhatsApp, antes de que Facebook nos hiciera “amigos” de medio mundo y mucho antes de que un tuit pudiera cambiar el curso de un día, existía una red global de personas comunicándose sin fronteras. No necesitaban internet. Les bastaba un micrófono, una antena y mucha pasión. Eran los radioaficionados. Hablemos de los pioneros de las redes sociales sin internet, a propósito del Día Mundial del Radioaficionado.
¿Quiénes eran estos personajes? Ingenieros, médicos, estudiantes, jubilados, curiosos. Gente común con una habilidad poco común: construir redes invisibles entre países usando ondas de radio. Lo hacían desde garajes, terrazas o cuartos improvisados llenos de cables, transmisores y ruido blanco. Su lenguaje era el código Morse, su comunidad era global, y su motivación: la pasión por conectarse con el mundo.
La historia los recuerda en momentos importantes. Durante terremotos, huracanes, apagones y guerras, cuando las líneas telefónicas caían ahí estaban ellos. En 1985, el terremoto de Ciudad de México dejó a millones de personas incomunicadas y los radioaficionados fueron los primeros en contarle al mundo lo que ocurría. En 2005, tras el huracán Katrina en Estados Unidos, una red de radioaficionados mantuvo la comunicación entre hospitales y autoridades. Cuando todo fallaba, ellos estaban presentes.
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Verdaderos altruistas
Podría decirse que fueron los primeros influencers del aire, aunque en lugar de selfies compartían señales de vida. No buscaban “likes”; buscaban voces. No viralizaban contenido, viralizaban ayuda. Fueron los pioneros redes sociales sin internet.
Podemos pensar que su tiempo quedó atrás, pero no es así. Aunque ya no se habla tanto de ellos, los radioaficionados siguen existiendo y adaptándose. Usan satélites, tecnología digital, incluso internet para expandir su alcance, pero su espíritu es el mismo.
En un mundo tan dependiente de redes centralizadas, su sistema sigue siendo descentralizado, autónomo y libre. Su existencia es casi un acto de resistencia romántica, un recordatorio de que la comunicación humana puede sobrevivir sin cables ni internet.
Hacer un paralelo con las redes sociales es inevitable. Ambas nacieron del deseo de conectar personas. Ambas crearon comunidades, jerga propia, códigos compartidos. Pero donde las redes modernas monetizan la atención, los radioaficionados donaban su tiempo. Donde las redes están saturadas de algoritmos, ellos operaban por respeto, por turnos, por escucha. Eran redes sociales en el sentido más literal y humano del término.
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Conmemorar a los radioaficionados no es mirar con nostalgia a un pasado polvoriento. Es reconocer el valor de quienes entendieron antes que nadie que hablar, escuchar y estar presentes podía cambiar realidades y salvar vidas. Ellos fueron la versión analógica de un mundo conectado, los precursores de la comunicación horizontal, los primeros en decir “te escucho” cuando nadie más lo hacía.
Hoy, mientras abrimos otra app para “conectarnos”, vale la pena recordar que hubo quienes lo hicieron sin pantalla, con corazón. Ellos son los pioneros de las redes sociales sin internet.