De putta a puta
Con motivo del Día Internacional de la Trabajadora Sexual, que se conmemora cada 2 de junio, desde 1976, me puse en la tarea de buscar el origen de la palabra “puta” y encontré una teoría que se refiere a una transición que va de putta a puta.
La palabra “puta”, utilizada para referirse de manera despectiva a la trabajadora sexual, tiene un origen etimológico complejo y debatido, pero la mayoría de los expertos coinciden en que proviene del latín putta, que significa “muchacha” o “niña”, femenino de putto (“muchacho”).
En la antigua Roma, estos términos se asociaban con jóvenes, y con el tiempo, especialmente por la prostitución infantil de la época, el término fue vinculándose a la práctica del trabajo sexual y adquiriendo una connotación negativa. Otra teoría, menos aceptada, indica que la palabra podría derivar de putida, que significa “podrida” o “maloliente”, aunque la mayoría de los filólogos consideran esta explicación no los convence mucho.
También existen interpretaciones que relacionan la raíz de la palabra con la sabiduría y la libertad sexual femenina en la antigua Grecia, donde las budza eran mujeres cultas y libres, pero con el tiempo, la palabra fue cargándose de sentido peyorativo y moralizante.
Durante la Edad Media, la Iglesia y la sociedad reforzaron el uso despectivo de “puta” para estigmatizar y controlar a las mujeres que ejercían la prostitución o que simplemente desafiaban las normas sexuales de la época. Hoy, el término sigue utilizándose principalmente como insulto, perpetuando estereotipos y discriminación hacia las mujeres, especialmente hacia quienes ejercen el trabajo sexual.
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Un oficio históricamente marginado
La prostitución es tan antigua como la civilización misma. Los primeros registros datan del año 2400 a.C. en la antigua Mesopotamia, donde ya existían normas que protegían a las mujeres que ejercían este oficio. En otras culturas como la griega, la india, y la japonesa, la prostitución llegó a tener un carácter ritual o religioso, y en algunos casos, las mujeres gozaban de ciertos derechos y reconocimientos sociales. Sin embargo, con el avance de la historia y la llegada del cristianismo, la percepción social cambió, y la prostitución pasó a ser vista como una actividad vergonzosa y clandestina.
En la antigüedad, el trabajo sexual podía ejercerse en templos, burdeles o en la vía pública, y a menudo estaba regulado por leyes específicas. Hoy, aunque persisten formas tradicionales, el trabajo sexual se ha diversificado: se ejerce en calles, clubes, casas privadas y, más recientemente, a través de plataformas digitales. Sin embargo, la clandestinidad, la falta de derechos laborales y el estigma social siguen siendo una constante en la vida de muchas trabajadoras sexuales.
¿Por qué son principalmente mujeres?
La feminización del trabajo sexual responde a factores estructurales: desigualdad de género, pobreza, falta de autonomía económica y roles tradicionales que relegan a las mujeres a la dependencia y la precariedad. La sociedad, además, tiende a invisibilizar a los varones y personas trans en este oficio, reforzando la percepción de que es un fenómeno eminentemente femenino.
Muchas veces, la falta de acceso a educación, empleo digno, salud y vivienda, así como la violencia de género y la discriminación, dejan a las mujeres –especialmente madres cabeza de hogar– con pocas alternativas para sobrevivir y sostener a sus familias. En contextos de violencia doméstica, el trabajo sexual puede verse incluso como una vía de escape.
Se estima que en el mundo hay entre 40 y 42 millones de personas que ejercen la prostitución, de las cuales el 80% son mujeres o niñas, y la mayoría tiene entre 13 y 25 años. En Colombia, aunque las cifras exactas varían, se calcula que aproximadamente 10.000 mujeres ejercen el trabajo sexual en condiciones informales, reflejando la falta de oportunidades y la persistente marginalidad.
Riesgos y desafíos actuales
Las trabajadoras sexuales enfrentan múltiples riesgos en su labor diaria que afectan profundamente su salud física y mental. Estos riesgos son el resultado de una combinación de factores sociales, legales y estructurales que incrementan su vulnerabilidad.
Riesgos físicos
- Violencia física y sexual:
Las trabajadoras sexuales, especialmente quienes ejercen en la calle, enfrentan tasas muy altas de violencia, incluyendo asaltos, violaciones, agresiones físicas y amenazas tanto de clientes, proxenetas, como de agentes del Estado.
Se estima que entre el 50% y el 100% de las trabajadoras sexuales callejeras han experimentado violencia física, sexual o económica. Esta violencia se ve agravada por la discriminación de género y la criminalización del trabajo sexual, lo que dificulta la denuncia y fomenta la impunidad3.
- Enfermedades de transmisión sexual (ITS) y VIH:
El riesgo de adquirir infecciones como el VIH es 21 veces mayor entre trabajadoras sexuales en comparación con la población general. Además, la falta de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva incrementa la vulnerabilidad a ITS y embarazos no planificados.
- Consumo de sustancias:
Muchas trabajadoras sexuales reportan consumo frecuente de alcohol, tabaco y drogas, lo que puede ser tanto una estrategia de afrontamiento ante el estrés y la violencia como un factor que incrementa los riesgos de salud física y mental.
- Condiciones laborales precarias:
El trabajo sexual suele ejercerse en ambientes inseguros, con riesgo de accidentes, lesiones personales, hurtos, trata de personas y atentados contra la vida, especialmente en espacios públicos o informales.
Riesgos para la salud mental
- Trastornos mentales:
La prevalencia de depresión, ansiedad, estrés postraumático, distrés psicológico, ideación suicida y tentativas de suicidio es significativamente mayor en este colectivo. Por ejemplo, estudios muestran que hasta un 41,8% de las trabajadoras sexuales pueden sufrir depresión y un 21% ansiedad, cifras muy superiores a las de la población general.
- Estigma y discriminación:
El estigma social y la discriminación generan aislamiento, baja autoestima, sentimientos de culpa y desempoderamiento. Muchas trabajadoras sexuales interiorizan estos prejuicios, lo que agrava los problemas de salud mental y dificulta la búsqueda de apoyo o atención profesional.
- Violencia institucional:
Un alto porcentaje de la violencia sufrida proviene de agentes del Estado, como la policía, lo que incrementa la desconfianza en las instituciones y la sensación de desprotección. El miedo a represalias o la falta de confianza en el sistema judicial lleva a que la mayoría no denuncie los abusos.
- Problemas familiares y sociales:
El rechazo social, la doble vida, los conflictos familiares y de pareja, y la sobrecarga emocional por la inseguridad y falta de apoyo social son comunes y contribuyen a la aparición de trastornos del ánimo y consumo de sustancias.
Impacto global
Estos riesgos no solo afectan la salud individual, sino que también perpetúan la exclusión social y dificultan el acceso a derechos fundamentales como la salud, la justicia y la protección social. La falta de políticas públicas integrales y la criminalización agravan la situación, haciendo urgente la implementación de intervenciones que prioricen el bienestar físico y mental de las trabajadoras sexuales.
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El Día Internacional de la Trabajadora Sexual es una oportunidad para reconocer la humanidad, la resiliencia y la lucha de quienes, a pesar de la adversidad, levantan la voz por sus derechos. Romper el estigma y exigir políticas públicas inclusivas es tarea de todos. Porque toda persona merece respeto, dignidad y la posibilidad de decidir sobre su propio cuerpo y destino.