Ángela: el poder de la mente y la fuerza de la resiliencia II
“Clínicamente no hay nada que hacer”
En 2017, ya en el mundial comenzó a sentirse extraña, el estómago comenzó a alertarla y ella por pura intuición se protegía en los partidos. Terminó el mundial y la selección Colombia de Polo acuático Femenino se quedó con la medalla de plata. Lo celebraron con bombos y platillos y con un tour por algunos países de Europa.
En el recorrido turístico La Negra comenzó a perder fuerzas. Ella se lo atribuyó al ritmo de las jornadas y el desorden en la alimentación “salíamos muy temprano, regresábamos tarde y caminábamos mucho. A veces preferíamos hacer el tour o darnos unos gusticos, en lugar de comer, era como si hiciéramos un trueque con la comida”.
Cuando llegaron a Holanda, La Negra estaba tan mal, que un día prefirió quedarse en el hotel. Se sentía muy rara. Se quedó descansando porque había caminado mucho y se había alimentado muy regular. Desde ese momento su salud empeoró y ella supo ocultárselo a sus compañeras porque seguía siendo la misma, con la alegría y la disposición de siempre.
Una vez llegó a Colombia, en septiembre de 2017, se hizo los exámenes de control y al ver los resultados, sin entenderlos, comparados con las primeras pruebas, notó que algo había pasado. Y como en los años anteriores, nuevamente le dieron la cita para seis meses después, marzo de 2018.
Llegó la cita con la Nefróloga. Contra todo pronóstico, los resultados de esos exámenes fueron positivos porque finalmente se mantenían en términos normales. Así que Ángela quedó tranquila y su nuevo control quedó programado para seis meses después.
La Negra siguió viviendo como como si su enfermedad hubiera desaparecido, como si no la reconociera o no la aceptarla. Ese año, 2018, en septiembre se fue a Cartagena a celebrar los 40 años de una de sus grandes amigas y “¡oh por Dios!, la rumba todavía la recuerdo y hasta me duelen los pies de todo lo que bailamos. Las festividades, el buñuelo, el chicharrón, la cerveza, el brindis y demás”.
Al regresar de este paseo, se hizo los exámenes de rigor y nuevamente su cita con la Nefróloga, quedó para marzo de 2019. En diciembre de 2018, volvieron las festividades navideñas, la comida en exceso y el licor en abundancia.
En consulta, luego de revisar los exámenes la Nefróloga, “sin anestesia” le dijo: “con usted, clínicamente, no hay nada que hacer… “. En ese momento La Negra sitió como si el “chupa chupa” (filtro de la piscina) se la estuviera tragando. La noticia la destrozó. Salió deshecha, se sentó en unas escaleras afuera del consultorio, llamó a su hermana y le contó. Lita la escuchó en silencio, la dejó hablar y cuando terminó le dijo que la apoyaría y acompañaría en todo momento.
Ángela se encerró una semana en su casa con sus esperanzas en el suelo. Lloró sin descanso hasta que un día, sin saber de dónde, sacó fuerzas, se levantó y dijo “esto no es conmigo y clínicamente tengo mucho por hacer. El único que tiene la palabra sobre mi vida es Dios. Ese día me arrodillé le dije: esta es mi vida, yo te la entrego, si es tu voluntad que esto sea así, yo lo acepto. Si no, enderézame, párame de aquí y empieza a ponerme ángeles en la tierra que me ayuden con todo esto. No me quiero morir, ni quiero ser una carga para nadie”.
Comienza la cuenta regresiva
Con una clara decisión, La Negra le entregó su vida a Dios y comenzó a sentirlo en su corazón como nunca lo había sentido. Empezó a escribir todo lo que quería. Al mismo tiempo, comenzó a trabajar su mente, a imaginar, a crear esos momentos de recuperación, de triunfo… Hacía planas, repeticiones mentales de sus sueños, todo positivo… Y poco después empezaron a llegar los milagros a la vida de Ángela María Rojas Acevedo, La Negra.
Convencida de que ella misma sería un milagro de Dios, retomó su vida, sus clases y se propuso demostrar que cuando nuestra voluntad es la misma Voluntad de Dios todo, absolutamente todo se puede. La Negra, quería ser ejemplo para sus niños, los pequeños que aprendían a nadar con ella, para su hermana, su familia, los médicos: “yo voy a ir donde la Nefróloga y le voy a decir: si ve que, si se podía, aquí estoy sana y salva, saludable, feliz, con otra oportunidad. El 26 de agosto tengo cita con ella”.
Para ese momento el abdomen de La Negra había crecido tanto que parecía embarazada. Su cuerpo, en la mañana era liviano y en la noche, lo sentía muy pesado. Comenzó a cuidar su alimentación y a ser consiente de qué podía afectar su situación.
Un día, terminando sus clases de natación, María Virginia, la mamá de dos de sus pequeños aprendices se le acercó y le preguntó que si estaba bien. Y como efectivamente no estaba bien, en ese instante, La Negra se quebró y no pudo contener su llanto. Cuando se calmó Ángela le contó lo que pasaba y en ese momento comenzó a obrar el primero de los muchos milagros que llegarían a su vida. María Virginia le prometió que hablaría con su esposo que era médico.
Una noche, La Negra asistió a un grupo de oración donde nuevamente se encomendó a Dios. Al terminar, una mujer desconocida se le acercó, le tocó el hombro y le dijo: “ve al Hospital Pablo Tobón Uribe y busca al doctor Sergio Hoyos, él te va a ayudar con esas bolitas que tienes en el estómago”. La Negra sorprendida, se grabó el nombre de ese médico y lo buscó.
Días después le escribió por WhatsApp a María Virginia, la mamá con quien había hablado de su enfermedad y le preguntó que si conocía al doctor Sergio Hoyos. Para sorpresa de Ángela la respuesta fue: “Si claro, es súper amigo de mi esposo en el Pablo Tobón, ¿por qué, necesitas hablar con él? Y Ángela sintió un corrientazo por todo el cuerpo y solo atinó a responder: “no, solo quería saber si tú lo conocías”. Entonces quedaron en que apenas llegara su esposo, Virginia le escribiría. Y así fue. Minutos después Virginia le escribió y le dijo que llevara todos sus exámenes a la siguiente clase, el miércoles.
Llegó el anhelado miércoles y Ángela tomó su carpeta con su historia clínica y los resultados de todos los exámenes hechos. Cuando se preparaba para salir, cayó un aguacero de padre y señor mío y la clase se canceló. Al viernes, que era el siguiente día de clase con los hijos de Virginia, La Negra, se preparó con su carpeta y nuevamente el agua daño sus planes. Siguiente clase, otra vez, un aguacero se interpuso entre Ángela y Juan Pablo. En medio de la ansiedad, La Negra escuchaba una voz que le decía: “tranquila, todo se va a dar en el tiempo que es, de la manera que tenga que ser. Tú ya lo pediste, así va a ser. Recuerda a quién le entregaste tu vida”.
Para la siguiente clase, con un poco de escepticismo, volvió a empacar su carpeta y salió a cumplir con su clase y su destino. Al llegar a la casa de Juan Pablo y Virginia, la recibió la empleada y unos minutos después llegó Juan Pablo. Apenas la saludó, le pidió los exámenes. Ella volada fue por ellos a la moto y se los entregó.
Comenzó a revisarlos uno por uno y mientras lo hacía la miraba con cierto desconcierto. Después de analizar toda su historia clínica le dijo: “Ay Angelita es que estas taqueada de quistes”. La Negra empezó a temblar y se sentó. “Mujer estás invadida de quistes. Vos dónde tenés todo esto” y ella solo le respondió “¿hay algo que se pueda hacer?” Y él le dijo: “claro que hay algo que se puede hacer”. “¿Usted me da una esperanza?” Y él le dijo que sí y que la acompañaría hasta el final. Inmediatamente tomó su celular y llamó a un amigo suyo, le contó y le dijo que necesitaba que lo ayudara y que le diera una cita a Ángela lo antes posible. Y así fue. Al despedirse Juan Pablo le dio un abrazo que La Negra, en medio del llanto y de un temblor incontrolable, sintió como si fuera el mismísimo Arcángel Miguel. Y el médico nuevamente le dijo: “vamos con esto hasta el final”.
Los milagros se hacen evidentes
El viernes, es decir dos días después, a las 9 de la mañana, una hora antes de la cita, La Negra llegó al consultorio del doctor Naranjo, Hepatólogo. En un espacio, entre cita y cita, el doctor la atendió. Ángela le entregó todos los exámenes y mientras los analizaba, la miraba con asombro. Al final le dijo: “Mira Ángela, yo aquí veo como si tuviera dos mujeres: una en los exámenes y otra la que tengo acá al frente. Tu hígado funciona, pero estás lleno de quistes, por eso tendría que ver aquí una mujer diferente. Entonces vamos a hacer lo siguiente: antes de decirte cualquier cosa o realizarte cualquier procedimiento que se pueda hacer, te voy a mandar a hacer unos exámenes específicos de hígado que me digan cómo estás, cuántos quistes tienes, qué tamaño tienen…”. Eran unos exámenes súper especializados. Y le dijo que cuando tuviera los resultados pidiera la cita con la secretaria para lo antes posible.
La Negra se dirigió a la promotora de salud a la que está afiliada. Al llegar y ver la fila de personas que esperaban ser atendidas, se tensionó. Luego se encontró con una cantidad de trámites que debía cumplir para que le autorizaran esos exámenes. En medio de este desconsuelo, comenzó a obrar un nuevo milagro para la hija menor de Edilma.
Ángela se acordó de Jimena, la mamá de uno de sus aprendices de natación que, trabajaba en esa misma entidad prestadora de servicios de salud y la llamó. Jimena le dijo que escaneara todos los documentos y se los enviara de inmediato. Así lo hizo.
En menos de lo esperado, entró una llamada a su celular que le anunciaba la autorización del trámite solicitado. Jimena, otro ángel terrenal que se cruzó en su camino, consiguió las firmas que autorizaban los exámenes ordenados y las citas lo más pronto posible. Todavía hoy sigue siendo un gran ángel para Ángela.
Quienes vivimos en Colombia, sabemos que nuestro sistema de salud es lento, paquidérmico y enredado en trámites, trámites y más trámites. Pero para Ángela, este asunto se resolvió milagrosamente rápido.
La Negra se hizo todos los exámenes y regresó al consultorio del doctor Naranjo. Fue acompañada de Lita, su hermana. El especialista revisó el CD dónde estaban los resultados, sorprendido se levantó y dijo “voy a llamar a un colega” y salió del consultorio. Unos minutos más tarde llegó con otro médico que se sorprendió cuando vio las imágenes del hígado de Ángela y preguntó: ¿cuál de ustedes dos es la que está enferma? “Yo”, dijo La Negra. Y le respondió: “ponte de pie” y la miró, “levántate la camisa” y ella obediente se subió la camisa. “Mujer, usted dónde tiene todo esto”. Estaba muy sorprendido porque en ese momento, el abdomen de Ángela parecía el de una persona saludable.
“Esto es de trasplante”, dijo el médico. Y Ángela se paró de la silla y dijo “trasplante no”. Para ella ese procedimiento era el fin, significaba muerte. Su madre no lo hizo porque siempre pensó que era malo y esa misma información le había quedado a La Negra en su cabeza.
Los médicos le explicaron que había otro procedimiento que consistía en recuperar parte de su hígado y con la donación de una parte de hígado de un familiar podría hacerse algo. Sin embargo, esa decisión le correspondía tomarla a un staff de médicos.
Ángela salió destruida de esa consulta y en una cafetería cercana se sentó a llorar, llorar y llorar. Su hermana como siempre, en silencio estaba ahí, en ese momento tan difícil y decisivo para su vida. Al final Lita le dijo que la apoyaría en la decisión que tomara. Sin embargo, la única opción para La Negra era el trasplante porque para la segunda opción las únicas dos personas que podrían ayudarla eran su hermana y su tía, pero las dos tenían la misma enfermedad, así que descartadas.
Desde que se despidió de su hermana, hasta que llegó a su casa, no dejó de llorar. Allí permaneció en silencio, como lo hacía siempre que recibía noticias poco alentadoras. Su mente se llenó de dudas, recordó a su mamá, pensó en la complejidad de hacerse un trasplante y si valdría la pena. En fin, muchos pensamientos pasaban por su cabeza. Después de un rato mirando al cielo dijo: “Yo te entregué mi vida, la estás enderezando; estás poniendo en mi camino las personas correctas, pues vamos “pa´ delante” hasta el final, hasta el final.