Violencia disfrazada de fiesta
Cada diciembre, el cielo de Medellín y algunos municipios del Valle del Aburrá se llena de luces, humo y estallidos ensordecedores. La alborada, el ritual que marca la llegada de la temporada navideña, se repite en varias madrugadas del mes. Sin embargo, lo que para muchos representa alegría y tradición, para otros —humanos, animales y plantas— se convierte en violencia disfrazada de fiesta. ¿Será necesaria esa estruendosa celebración?
Las raíces profundas de una costumbre contradictoria
La tradición de quemar pólvora proviene de una historia compleja y contradictoria. La pólvora llegó a América con los españoles, quienes inicialmente la usaban en celebraciones religiosas, procesiones y fiestas patronales como forma de honrar a los santos. Sin embargo, en Colombia adquirió una identidad propia que se incrustó en la cultura popular.
Las fechas críticas de esta tradición son el 7, 24 y 31 de diciembre, el primero y 6 de enero que coinciden con celebraciones religiosas y culturales. Pero e1 de diciembre de 2003, en Medellín, esta tradición cambió para siempre. A las 12:01, un grupo de autodefensas que había entregado sus armas detonó masivas cantidades de pólvora en todas las comunas de Medellín a manera de celebración de su desmovilización paramilitar.
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Así nació la llamada alborada que hoy conocemos: como la marca de un momento histórico complejo, entrelazado con narcotráfico y disputa de territorios. Lo que muchos celebran hoy lleva, sin saberlo, la huella de esa historia oscura de sangre, dolor y lágrimas.
El precio que pagamos
Las cifras son aterradoras. Durante el período navideño de 2023-2024, Colombia registró 1.357 lesionados por pólvora, un aumento de 17,7% con respecto al año anterior. De esos casos, 928 fueron menores de edad, lo que representa un incremento del 16,6%. Dos personas murieron, y tres niños sufrieron intoxicación por fósforo blanco.
Antioquia, el corazón de esta tradición, registró 150 lesionados en ese período, con un incremento del 45,6% respecto a periodos anteriores. Bogotá, que aparentemente está alejada de la alborada medellinense, reportó 127 lesionados con un incremento del 29,6%.
El 90% de los lesionados sufrieron quemaduras, y el 58% laceraciones, principalmente en manos y ojos. Lo más lamentable es que el 48% de los afectados eran espectadores de las detonaciones; el 34% las manipulaba, y un 18% ni siquiera estaba participando. Transitaban. Estaban en sus casas. O vivían mientras otros celebraban.
Los menores de edad son los más vulnerables. En 2024, según reportes del Distrito de Bogotá, de 66 personas lesionadas durante el Día de Velitas y días posteriores, 25 eran niños. Estos pequeños no quemaban pólvora solo que estaban cerca de detonador.
Los que sufren: la fauna y el ecosistema
Cuando la pólvora explota, también se afectan los seres que comparten nuestro territorio sin poder protestar. Un solo fuego artificial puede alcanzar 190 decibeles, muy por encima del nivel soportable para los humanos (75-80 dB). Para un perro o un gato, ese ruido es devastador. Genera temblores incontrolables, pánico, descontrol de esfínteres, aullidos desesperados. Algunos animales sufren taquicardia, convulsiones, náuseas. Muchos nunca se recuperan psicológicamente.
Las aves son particularmente vulnerables. Estos animales, al ser sorprendidos por el ruido y las vibraciones, sufren desorientación extrema que los hace chocar contra ventanas, edificios y árboles. El Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander Von Humboldt ha documentado impactos alarmantes: pérdida de orientación, fracturas severas, lesiones oculares. En Europa, estudios han registrado hasta un 83% de pérdida de nidos en especies como los cormoranes debido a explosiones pirotécnicas.
Durante la alborada de 2024 en Medellín, guacamayas del género Ara, visiblemente alteradas, vocalizaron y se dispersaron en todas direcciones, dejando evidencia física del trauma que experimentaban. El Centro de Atención, Valoración y Rehabilitación de Fauna Silvestre (CAVR) del Valle de Aburrá reportó más de 40 casos de animales silvestres afectados durante 2024: aves muertas, pichones caídos, especies desorientadas que ingresaban a viviendas buscando refugio desesperadamente.
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Los mamíferos silvestres no escapan. Murciélagos, zarigüeyas, ardillas y pequeños carnívoros huyen descontroladamente, produciendo atropellamientos, separación de crías y abandono de refugios. Los ciclos de alimentación y reproducción se ven interrumpidos. Hembras preñadas sufren abortos espontáneos por estrés severo.
El suelo, el agua, el aire: todo se contamina. Los residuos químicos de la pólvora, especialmente el fósforo blanco, afectan la calidad de fuentes hídricas, intoxicando a la fauna y causando problemas graves de salud. Se han registrado incendios forestales causados por residuos incandescentes, amenazando bosques y hogares.
La salud mental
Hay un elemento que frecuentemente se invisibiliza: el trauma psicológico. Para personas que han vivido violencia, guerra, conflicto armado, el sonido de explosiones es una puerta su traumático pasado. Las detonaciones pueden desencadenar trastornos de estrés postraumático (TEPT), flashbacks devastadores, ataques de pánico.
Para personas con autismo, el ruido intenso de la pólvora es insoportable, generando ansiedad extrema y reacciones sensoriales que pueden durar días. La contaminación del aire ocasionada por la pólvora también se asocia con síntomas de depresión, ansiedad y deterioro cognitivo. En otras palabras: mientras unos celebran, otros pueden sentirse en el infierno.
¿Qué hacer entonces?
Afortunadamente, la innovación y la empatía están mostrando nuevas formas de celebración.
Los shows de drones LED se imponen como tendencia global. Ciudades como Tarragona en España han reemplazado los fuegos artificiales por espectáculos de sincronización aérea donde 100 a 3.000 drones crean figuras animadas sin ruido, sin chispas, sin residuos. Salt Lake City y Boulder en Estados Unidos ya han hecho la transición exitosamente.
Los espectáculos de luces láser transforman parques y plazas en festivales de colores inmersivos, combinando arte visual y sonido. Los globos de luz LED y faroles flotantes biodegradables ofrecen experiencias mágicas sin contaminación auditiva ni ambiental.
Algunos lugares ya experimentan con fuegos artificiales de bajo impacto sonoro, diseñados para reducir drásticamente el ruido sin sacrificar lo visual. En Italia, varias ciudades han legislado su uso en eventos públicos y celebraciones privadas.
Pero las alternativas no solo son tecnológicas. Rituales luminosos ancestrales, conciertos al aire libre, encuentros comunitarios, danzas, teatro callejero—formas que ya están siendo implementadas en ciudades como Medellín, donde la programación cultural de fin de año compite exitosamente con la alborada de pólvora.
Una invitación a la conciencia colectiva
La pregunta no es si debemos abandonar completamente las tradiciones sino cómo evolucionarlas. Cómo transformarlas en algo que realmente celebre la vida, sin causar sufrimiento; fiesta moderada, no violencia normalizada.
Los niños, las mascotas, la fauna silvestre, el ecosistema, las personas con trauma, todos ellos merecen una Navidad donde la luz brille sin quemaduras, sin sangre y sin angustia.
Alternativas existen. La tecnología está lista. Lo único que falta es la decisión colectiva de celebrar juntos, y no a costa de otros. Porque en última instancia, una verdadera celebración es cuando todos, humanos, animales, aire, agua, tierra, pueden existir sin dolor.








