Me siento inmensamente afortunada

Escucha el artículo.

Pocas veces en mi vida he tenido que despedir a grandes amigas, pero las que he visto partir han sido seres muy especiales que me marcaron de forma muy particular. Y aún en medio del dolor, me siento inmensamente afortunada de haberlas tenido en mi vida.

La primera fue hace 18 años: Anita Sierra, amiga desde que estábamos en el colegio. Con ella compartí muchas historias de adolescencia y juventud. El colegio, los primeros amores, su matrimonio, su enfermedad… Aún conservo una foto suya en el tocador, frente a mi cama.

La recuerdo siempre sonriente, relajada, con ese aire de quien entiende que la vida no se trata de correr, sino de estar. Era despistada —cómo olvidar aquella vez que, hablando de su hermana Marga, preguntó quién era— y terca como pocas: cuando algo se le metía en la cabeza, nadie podía sacárselo.

Se fue demasiado pronto y quedaron muchos pendientes: paseos, confesiones, angustias y la madurez de los años. Su presencia sigue viva en cada anécdota que revivimos, en cada carcajada compartida y en esa foto que todavía me sonríe como si estuviera ahí. Soy afortunada y agradezco a Dios que nos haya permitido compartir un corto tramo del camino.

Otra gran amiga que partió demasiado rápido fue “Pollo”, también del colegio. De ella guardo una foto de la primera comunión. Alegre, generosa, con alma de celestina: disfrutaba uniendo parejas y lo logró varias veces, incluso conmigo.

Pollo vivía su vida intensamente, siempre con buen humor, con la sonrisa lista y la palabra perfecta que te hacía sentir especial. Vanidosa y coqueta, jamás sacrificaba una «pinta», aunque tuviera que soportar frío o calor. Así fue ella: fiel a su estilo, «genio y figura…». También agradezco su existencia en mi existencia.

Más adelante, la vida me regaló a Beatriz, a quien conocí en la Alcaldía de Medellín en los años 90. Gracias a ella di mis primeros pasos en el camino espiritual: me habló de los chakras, de la energía, del poder de la mente, de la palabra. Fue mi maestra, mi guía en momentos complejos de mi vida. Con ella comencé mi transformación personal.

De su muerte me enteré tarde, ocho meses después. La busqué, la llamé, pero nunca respondió. Cuando por fin llegué a Sonsón a preguntar por ella, su hermana me dio la noticia que no quería escuchar: “Tiz murió en julio”. Ese silencio que tanto me extrañaba al fin tuvo explicación. Fue un golpe muy duro, pero también agradezco su vida en mi vida, porque sin ella, no hubiera logrado avanzar tanto.

Y ahora, nuevamente mis sentimientos se revuelcan. Aún entendiendo que la muerte es una transición de una dimensión a otra por la que todos tenemos que pasar, vuelvo a sentir una gran tristeza por la partida de otra mujer maravillosa: Vanessa. Con ella fue distinto. Apenas la conocí hace unos cinco meses, pero siento como si hubiéramos compartido muchos años de historias. Me atrevo a decir que a Vane la conocí más que a otras personitas que llegaron mucho antes a mi vida.

Siempre sonriente, alegre, generosa, resiliente y con un sentido del humor capaz de convertir una historia triste en una carcajada. Una vez me sorprendió con un regalo: una tirita para colgar el celular, igual a la que había regalado a otras compañeras de la oficina. Me pareció un detalle muy bonito, puesto que apenas comenzábamos a conocernos

Tenía un paladar exquisito para el café. Jamás olvidaré la tarde cuando preparé el café más maluco que podía haber hecho y Vane, entre arcadas y carcajadas casi me lo tira en la cara. Ella siempre encontraba una manera de reírse de lo difícil, de lo absurdo, de lo maluco.

El baile era su pasión, hacer sentir bien a quienes estaban a su lado era su debilidad. Pensaba, organizaba, compraba, lo que tuviera que hacer para celebrar los cumpleaños, para armar una salida o planear un paseo. De cuenta de Vane estuve en una caminata, en varias celebraciones de cumpleaños y en un tributo a Marc Antony. Nos faltaron mas cervecitas, la rumba en la academia de baile, otros paseos y celebraciones…

Lee también Todo ocurre por una razón

No es fácil despedirse de personitas que han sido importantes en nuestra vida y menos cuando su partida llega tan de repente. Vane como Anita, Pollo y Beatriz, dejó una huella profunda en mi corazón. Y aunque me duele despedirla, me siento inmensamente afortunada y agradecida de haberla conocido y disfrutado en estos cortos, pero intensos cinco meses.

Feliz, tranquilo y amoroso viaje a la eternidad mi querida Vane.