Una mujer que representó la democracia y murió en el exilio

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El pasado 14 de junio, a los 94 años, murió en San José de Costa Rica, Violeta Barrios de Chamorro, expresidenta de Nicaragua. Hablar de ella hoy tiene sentido considerando que fue una mujer que representó la democracia y murió en el exilio.

Para entender la trascendencia de esta mujer, debemos situarnos en 1990. Nicaragua estaba desangrada por una década de guerra, dividida, exhausta y con una economía destrozada. En medio de ese caos, surgió ella. Una mujer que, contra todo pronóstico, derrotó a Daniel Ortega en las urnas, convirtiéndose en la primera mujer presidenta de Nicaragua y de toda América Latina. Fue elegida democráticamente. Fue un revolcón político en el continente. Y aunque alcanzó un poco más de la mitad de la votación, 54.7%, su triunfo sorprendió al mundo entero.  

Su arma más poderosa fue su imagen de «madre de la nación», una figura que promovía la reconciliación y la paz. Ella misma, viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado en 1978 por la dictadura de Somoza, encarnaba el sufrimiento y la esperanza de un pueblo. «Traigo la enseñanza del amor», decía en su campaña, «El odio solo nos ha traído guerra y hambre. Con amor vendrán la paz y el progreso».

Quería ser una madre que «manejaría el país más o menos como un gran hogar». Esta «maternidad política» no fue un rasgo personal pasivo, sino una estrategia deliberada. Al presentarse como una madre reconciliadora, que incluso tenía hijos en bandos opuestos, la convirtió en una poderosa imagen de unidad para una nación fragmentada.

Su enfoque, priorizaba la afectividad y la sinceridad sobre la política convencional y eso resonó profundamente, y le dio un vuelco al panorama político patriarcal. De manera estratégica utilizó los atributos femeninos como fuente de fuerza y legitimidad para la pacificación.

Un gobierno de desafíos

Ella recibió un país destruido y en conflicto, y una sociedad «desgarrada por la división». Pero con una entereza admirable, logró lo que parecía imposible: poner fin a la guerra de los años ochenta, desarmar al país y eliminar el servicio militar obligatorio. «Arma que encuentro, arma que destruyo y entierro para siempre», declaró, en ese entonces.  

Su gobierno fue una transición monumental. De la dictadura a la democracia, de una economía estatizada a una de mercado. Logró frenar la hiperinflación y estabilizar la economía de forma «extraordinaria», sentando las bases para el crecimiento. Además, bajo su mandato, Nicaragua vivió su época de mayor libertad de prensa y expresión, sin presos políticos ni torturas. Incluso perdonó la deuda de 17 mil millones de dólares que EE.UU. debía a Nicaragua por la sentencia de la Corte Internacional de Justicia.  

Pero claro, no todo fue un camino de rosas. La transición fue «difícil». Se enfrentó a la «piñata» sandinista, ese saqueo de bienes gubernamentales antes de su toma de posesión. También hubo sombras, como los casos de corrupción que salpicaron a algunos de sus ministros, el llamado «caso Lacayo». La decisión de mantener a militares sandinistas, como Humberto Ortega, al frente del ejército, fue una medida pragmática para la paz, pero también generó críticas, vista por algunos como un «pacto con el viejo régimen».

Ella misma, con humildad reconoció sus limitaciones y pidió perdón por sus errores. Y algo que lamentó profundamente fue no haber prohibido la reelección presidencial, un error que, en sus palabras, «hubiera ahorrado al país muchos de los sinsabores que están pasando ahora».

Violeta y su alma de constructora

En numerología, el 4 es el «constructor del mundo», un número que habla de estabilidad, orden, bases sólidas, disciplina y un espíritu práctico. Las personas con esta vibración suelen ser lógicas, trabajadoras, honestas y, sobre todo, perseverantes. Estas características fueron evidentes en la esencia de Violeta Chamorro, quien tuvo cmo vibración de nacimiento, el número 4.

Su disciplina y constancia fueron evidentes en su capacidad para asumir la «tarea titánica» de pacificar un país y estabilizar su economía. A pesar de la «gran angustia» y el deseo de renunciar, su sentido del deber y su «puro cariño a Nicaragua» la mantuvieron firme.

Ella logró frenar la hiperinflación en tiempo récord, un testimonio de su enfoque metódico y su resistencia. Su profundo sentido de justicia se manifestó en su incansable defensa de la libertad de prensa, un legado de su esposo y en su compromiso inquebrantable con la reconciliación y la democracia. Bajo su mandato, Nicaragua fue un país donde «nadie temió por sus opiniones» y no hubo presos políticos.  

Pero el 4 también tiene su lado menos flexible: puede llevar a la obstinación, a una visión rígida y a un realismo excesivo. ¿Pudo esto influir en sus decisiones? La verdad es que su pragmatismo para lograr la paz inmediata, como mantener a Humberto Ortega al frente del ejército, aunque crucial en ese momento, pudo haber sido una manifestación de ese «realismo excesivo» que no previó riesgos futuros.

Un Faro para América Latina

Su muerte, lejos de Nicaragua no fue una casualidad. En octubre de 2023, Violeta fue trasladada a Costa Rica para estar cerca de sus hijos, tres de ellos desterrados por la actual administración de Daniel Ortega. Y aquí viene lo más desgarrador: sus restos no volverán a casa, al menos por ahora. Descansarán temporalmente en San José «hasta que Nicaragua vuelva a ser una república».

Este hecho, en sí mismo, se convierte en un poderoso símbolo. Fue una mujer que pacificó una nación y murió en el exilio y la imposibilidad de que descanse en su tierra natal, mientras sus propios hijos viven el exilio por oponerse al gobierno actual, evidencia la ausencia de libertades democráticas en Nicaragua.

Más allá del país centroamericano, la figura de Violeta Chamorro sigue siendo un faro para toda América Latina. Su victoria electoral no solo fue un hito para su país, sino para todo el continente, al convertirse en la primera mujer en alcanzar la presidencia por la vía democrática. Fue admirada internacionalmente como una figura de reconciliación y recibió premios por su integridad periodística.  

Su legado es claro: la pacificación de una nación devastada, la reconciliación de un pueblo dividido y la instauración de libertades fundamentales, especialmente la libertad de prensa. Ella construyó las bases de una institucionalidad que, por un tiempo, permitió a Nicaragua respirar democracia. Y es que, en realidad, el hecho de que sus restos descansen en Costa Rica, esperando que «Nicaragua vuelva a ser República», no es solo una triste realidad; es un poderoso recordatorio de que la lucha por la libertad y la democracia es constante.

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Su legado no se limita a lo que logró en su mandato, sino que se extiende a lo que se perdió y a lo que aún debe ser conquistado. Su historia sirve como una alerta sobre la fragilidad de la democracia, convirtiéndola en un faro de luz y esperanza no solo por sus logros pasados, sino por la aspiración futura de una Nicaragua verdaderamente libre.