Una lectura danzada para sanar el alma,

Una lectura danzada para sanar el alma

Esta es la historia de Berenice Ospina Hernández, una mujer que transformó su dolor en un acto de resistencia, sanación y memoria. A través de una lectura danzada para sanar el alma, no solo nos invita a sentir sino también a recordar que aunque la violencia deja cicatrices profundas, también puede inspirar caminos hacia la resiliencia.

Berenice nació en Anorí, un pueblo de Antioquia rodeado de montañas y cargado de historias. Este municipio, a tres horas y media de Medellín, ha sido testigo de la violencia generada por grupos armados al margen de la ley. En medio de esta realidad, Berenice perdió a su madre, víctima de ese conflicto que ha marcado a tantas familias colombianas.

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Para su trabajo pregrado en la Universidad de Antioquia, plasmó su historia en un texto que le valió una mención honorífica y su publicación en una revista académica.

Luego el universo confabuló para el testimonio de Berenice no quedara sólo en palabras escritas. Durante su especialización en Cultura Política y Derechos Humanos, decidió dar un paso más: convertir su historia en una propuesta creativa que uniera su historia y la danza.

Del llanto a la sanación

“La primera vez que leí mi historia en público, lloré. Tuve que detenerme, tomar agua, respirar profundamente. Era demasiado duro,” cuenta Berenice. Su voz quebrada conmovió al auditorio, donde otros también lloraron. Pero en lugar de detenerse, continuo son su danza.

Su puesta en escena comenzó con un bullerengue: una danza tradicional que simboliza la transición de niña a mujer y evoca la infancia de Berenice marcada por la tragedia. Luego, continuó con un currulao, un baile con el cual las comunidades afro acompañan sus duelos y despiden a sus seres queridos con amor y alegría.

Un mensaje que trasciende

“Danzar es mi forma de decirle al mundo quién soy: una persona que cree en el perdón, que apuesta por la paz y que vive con alegría. Soy alguien que elige transformar el dolor en algo bello,” afirma con una sonrisa que ilumina su rostro.

Hoy, Berenice sigue danzando su historia, llevando un mensaje de memoria y reconciliación. Cada paso y cada palabra en su lectura danzada nos recuerdan que, aunque la violencia deja huellas imborrables, también puede ser el punto de partida para construir un futuro lleno de esperanza.

Con cada presentación Berenice honra a su madre y a todas las víctimas que, como ella, han aprendido a danzar con las cicatrices de la vida.

Este es un fragmento de la historia que narra Berenice en su estrategia política de resistencia y reconciliación.

Mi vida por Berenice Ospina

Estas historias que narraré en este espacio para ustedes, son, como el plural lo indica, la suma de narrativas que conjuntamente dicen algo; dialogan, interactúan y reflexionan en torno a la experiencia de vida. De eso trata fundamentalmente esta lectura danzada que presento hoy y espero que ustedes como interlocutores también puedan vibrar con ella, sentirla y sobretodo no olvidar.

Era el año 2013 cuando conocí a Marta Cecilia Palacio, profesora en el curso Ética, Educación y Política, allí vislumbré la piedra angular en mi formación política; ella desde su cátedra y los textos de lectura del curso que incluían a Freud, Kant, Savater, Carlos Gaviria, Héctor Abad Gómez, entre otros, me enseñaría esa otra cara de la política, una faceta desconocida hasta ese momento para mí. El curso fue avanzando y poco a poco me atrapó. Palabras como memoria, olvido, educación, política y democracia comenzaron a tomar fuerza y voz en mi cabeza; reflexionaba sobre el país, que según los textos y hasta los mismos debates y disertaciones en clase entre la profesora y mis compañeros, estaba democráticamente aislado, éticamente desvirtuado, con una educación programada y finalmente con la dignidad resguardada en los libros de la constitución y deslegitimada en la práctica. 

Dicho en otras palabras, me atrevo a traer a colación las ideas de Carlos Gaviria él deliberaba sobre la política y decía “Es difícil encontrar una actividad, teórica y práctica, en la que se presente una brecha tan grande entre los enunciados y lo que se ve en la vida diaria, como en la política”. Esas palabras tenían tanta lógica para mí que bajo la tutoría de la profesora, comencé armar mi rompecabezas.

Estos nuevos términos me tenían deslumbrada, cómo era posible que la política pudiera contener subjetividades y que además éstas funcionaban en corresponsabilidad con mi sujeto político, con mis prácticas como ciudadana. Todo me parecía increíble y a la vez fatal, me seguía preguntando de qué manera era viable que la política se encargara de las normas de convivencia, una labor tan digna e importante para todo tipo de sociedad: por ejemplo, todo tipo de relación que entablamos ya sea académica, mercantil, amorosa, entre otros ámbitos se rigen por la política.

Quedé sumamente confundida. Si eso de la política era algo tan cotidiano, que nos involucraba a todos, en cualquier tiempo y ámbito, ¿En qué estábamos fallando? Seguí avanzando en mis lecturas y llegó a mis manos el texto Sobre pedagogía, Sobre educación, de Immanuel Kant y este nuevo documento cerraría magistralmente mi búsqueda y le daría sentido a todo lo transcurrido anteriormente, pues según Kant “Una buena educación es precisamente el origen de todo el bien en el mundo”.

Una voz resonó en mi cabeza: ¿educación como un bien? (como afirmaba Kant) Dónde estabas educación cuando las ráfagas de fusil inundaban mi cuarto y éramos solo las tres, mi madre, mi hermana y yo, que no pasaba de los ocho años; cuando inmóviles debajo de la cama, boca abajo, apretando el estómago, resistiendo cada bomba, frunciendo los labios, temblando con la tierra una noche de guerra; cuando éramos sepultadas bajo pólvora y metal. Me pregunto de nuevo ¿dónde estabas educación? parece ser, que vos sos la madre de todos los bienes y males, la cura y la enfermedad. Hoy en día intento poseerte como un arte donde la razón dialoga con la emoción, donde lo programado y mecánico deja de ser para dar paso a la ciencia, a una educación liberadora. 

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Hasta ese momento yo no era consciente de tal libertad, luego aparece Savater con su texto “De qué va la ética”, con sus palabras magistrales, dice claramente “Por mucha programación biológica o cultural que tengamos los hombres siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa… Nunca tenemos un solo camino a seguir, sino varios” Cerré el libro de Savater, y de nuevo volví a recordar su carta, comandante.  Tengo la posibilidad de afirmar y confirmar que cuando se es víctima de la violencia se abre de inmediato un camino que conduce a las armas, que te lleva a la venganza de la muerte y todo se torna oscuro, opaco, menos claro, pero se vislumbra a pesar del tumulto de lágrimas en los ojos y la presión en el pecho, las ganas de existir, de apostarle al camino de la vida.

Sí que recuerdo su carta comandante, aquella mañana de Junio del año 2001 justo antes de ir a clases, en la sala de la casa. Maricela, mi hermana mayor de casi 20 años, leía pausada e inquietantemente una retahíla de palabras que desmembraban la historia que hasta ese día habíamos construido con Flor, nuestra madre; estas líneas la tenían retenida, asesinada y finalmente, para su tranquilidad, comandante, desaparecida.

Su último rastro fue borrado por su incontenible pulsión de muerte, por su falta de educación, o de oportunidad o calidad educativa, o quizá de todas ellas, incluso su falta de ética y sobre todo su falta de educación política. Pero a pesar de su intromisión en mi vida, comandante, estoy tranquila porque ese día no dejé de ir a la escuela. Y continué mi formación, y caminé hacia las rutas literarias, y llegué a la universidad, y asumí reencontrarme con un discurso político, y comprendí que cualquier investigación tenía que partir de mi discurso, entendí que el saber no siempre está fuera y mucho menos el conocimiento.

Como muchos colombianos nací en el campo, de allá son mis raíces y a pesar del tiempo aún conservo el valor de la palabra, el buen hábito de trabajar, el respeto por la naturaleza y el pensar en la comunidad. Llegué a la ciudad huyendo de las balas y las explosiones, con mis maletas llenas de miedo enfrenté el mugre, el ruido y la indiferencia de los demás ante el extraño, el campesino, el pobre, el desarraigado… Sin embargo, no todo fue malo, en la ciudad me encontré con el arte y con nuevas oportunidades donde pude reparar los sueños.

Me hice maestra de danza y literatura, la danza es mi vida, ella me da razones para continuar, me devolvió la caricia, el beso y la esperanza secuestrados años atrás. Entonces comencé a cultivar sueños, con otros que al igual que yo vieron cómo la violencia los silenció y encontraron en la danza como salvarse, fue ahí cuando comencé a ver a Flor en los rincones de mi cuerpo, cuando bailaba y construía coreografías ¡historias en movimiento!

Cuando enseñaba y le devolvía a la infancia la sonrisa e íbamos descubriendo que todavía se podía soñar a pesar del dolor, sin rayos de fuego que inmovilicen y sobretodo sin rendirnos ante ese silencio que otros imponen. Fue ahí cuando descubrí que los libros contienen el mundo, que en la escritura se liberaban los fantasmas y que el baile pone en evidencia, a partir del movimiento la vida y no el miedo, y deja sin protagonismo el fúnebre silencio de la guerra.

El verbo reparar nos deja lecciones incalculables: algo que está dañado se arregla un poco para que pueda seguir funcionando, pero la marca de la avería permanece. Lo mismo sucede con nosotros; ese “algo” está ahí perpetuamente como una gran cicatriz. A cada paso, cuando nos embarga un recuerdo, la cicatriz parece abrirse un poco y sangrar. A veces parece que está derramando sangre a borbotones; otras, apenas y se asoman unas gotas.

En todo caso para poder reparar, lo primero que debemos hacer como colombianos es asumir que nuestra herida, valga la repetición, es NUESTRA. El dolor nos conecta como circunstancia común a todos, hayan o no puesto muertos en la guerra. El dolor nos embarga a todos, sin distingo de clase, sector o profesión. Y nos habita porque somos parte de esta nación. Por eso en nombre de todos y de esta familia que hoy me acompaña, y hace de mis días momentos de infinita felicidad yo te hombro libertad.

Yo te nombro (Gian Franco Pagliaro)

Por el pájaro enjaulado,

por el pez en la pecera,

por mi amigo que está preso,

porque ha dicho lo que piensa.

Por las flores arrancadas,

por la hierba pisoteada,

por los árboles podados,

por los cuerpos torturados:

YO TE NOMBRO, LIBERTAD.