¿Qué estamos sembrando en el cerebro de nuestros hijos?
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En muchísimos hogares, una escena se repite a diario: tu hijo absorto, casi hipnotizado por la luz de una pantalla, se pierde el mundo real que lo invita a la aventura. Esta imagen nos lleva a una pregunta crucial que, como padre o madre, te planteas con creciente preocupación: ¿Qué estamos sembrando en el cerebro de nuestros hijos?
Las pantallas son, sin duda, una parte ineludible de la vida moderna, lo sabemos bien, pero comprender su impacto en la etapa más vulnerable del desarrollo es fundamental. Este artículo se propone explorar el fascinante mundo del cerebro infantil y desvelar los efectos de las pantallas en los más pequeños.
Un viaje al cerebro infantil: la base de todo
Imagina el cerebro de un niño como un pequeño jardín en plena siembra, una maravilla en plena construcción. Desde el nacimiento y hasta aproximadamente los 12 años, se encuentra en un proceso intensivo de «poda» y «cableado», donde cada experiencia y cada interacción moldea sus circuitos neuronales.
Es un período de asombrosa plasticidad, lo que significa que, si bien el cerebro es increíblemente adaptable, también es vulnerable a los estímulos que recibe.
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Durante estos años formativos, se suceden hitos de desarrollo cognitivo, motor, social y del lenguaje que son cruciales. Por ejemplo, un bebé de apenas 1-2 meses ya muestra interés por objetos nuevos, dirigiendo su mirada hacia ellos en un afán innato por aprender del mundo.
A los 4 meses, el cerebro infantil ya es capaz de integrar lo que se ve con lo que se oye y se toca, un proceso de integración sensorial que es vital para construir el sentido de individualidad y del entorno.
Más adelante, entre los 6 y 9 meses, los bebés no solo reconocen a personas conocidas, sino que también desarrollan la permanencia del objeto, comprendiendo que algo existe, aunque no lo vean.
Con el tiempo, verás avances motores como caminar, correr, saltar y habilidades cognitivas como dibujar personas con cuerpo, contar y comprender conceptos de tiempo. La interacción social se vuelve cada vez más entusiasta, mostrando una creciente independencia y capacidad de imitar.
Este es el momento dorado para la estimulación multisensorial y la interacción real, no solo para adquirir habilidades, sino para construir la arquitectura fundamental del cerebro.
Lo que ocurre en estos primeros años tiene un impacto profundo y duradero. Y, la verdad, cuando pasa esta etapa, las oportunidades para moldear ciertas capacidades se vuelven más limitadas. Por eso, cuidar lo que «sembrarnos» en este jardín es tan vital.
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La pantalla: ¿una ventana o una barrera? Efectos en el desarrollo infantil
El cerebro de un niño, en su fase de rápido desarrollo, no está diseñado para la estimulación constante y acelerada que ofrecen las pantallas. Michel Desmurget, un reconocido neurocientífico, describe esta exposición como un «asalto sensorial constante» que puede generar problemas significativos en la atención, el sueño y, por supuesto, el aprendizaje.
¿Qué estamos sembrando en el cerebro de nuestros hijos? Contrario a lo que muchos creen, las pantallas no fomentan la atención sostenida genuina, que es, la verdad, un proceso interno impulsado por el interés y el deseo de conocer. En su lugar, capturan la atención de forma reactiva a través de estímulos externos potentes como luces, sonidos, movimientos y recompensas instantáneas, de manera similar a como funcionan las máquinas tragamonedas.
Esto significa que el niño no ejerce control sobre su atención, sino que se deja arrastrar por el estímulo. Esta dinámica puede llevar a una «atención alternante indiscriminada», donde múltiples estímulos compiten por la atención sin que el cerebro logre distinguir lo relevante de lo irrelevante, lo que afecta la capacidad de concentración en tareas que requieren un enfoque profundo.
Además, el proceso de memorización se ve comprometido desde el inicio, ya que la sobrecarga de estímulos impide que la información se codifique de manera organizada en el cerebro. Estudios recientes, como uno realizado en 19 países latinoamericanos, han demostrado que el uso de pantallas en niños pequeños afecta negativamente su capacidad de hablar y moverse.
Muchos educadores han notado un preocupante retroceso en habilidades motoras finas y gruesas, como cerrar una cremallera o atarse los zapatos, lo que se atribuye a la disminución del tiempo de juego físico. Asimismo, la preferencia por la comunicación digital puede empobrecer el vocabulario y la fluidez verbal en las interacciones cara a cara.
La adicción silenciosa: dopamina y pantallas
Un aspecto crítico es la alteración del circuito dopaminérgico del cerebro. Las pantallas provocan una liberación excesiva de dopamina, generando una sensación de bienestar y gratificación instantánea. Sin embargo, al retirar la pantalla, se produce un déficit de dopamina, lo que se manifiesta en irritabilidad, apatía, desmotivación y ansiedad, creando una necesidad adictiva de volver al dispositivo.
Este ciclo, a menudo imperceptible, puede generar una dependencia neuroquímica que dificulta que los niños se desenganchen y prosperen en entornos menos estimulantes del mundo real. La falsa promesa de la estimulación digital es que el cerebro se acostumbra a recompensas rápidas y fáciles sin esfuerzo, lo que socava los procesos naturales de aprendizaje que requieren compromiso sostenido.
Esto explica por qué los niños pueden reaccionar con frustración cuando se les quitan las pantallas; es, en parte, una respuesta fisiológica de «abstinencia».
El uso excesivo de pantallas también se asocia con problemas de salud física y emocional. Se ha vinculado con el aumento de peso y obesidad, problemas posturales, y un déficit de sueño reparador, el cual es crucial para la regulación de neurotransmisores y la consolidación de la memoria.
Además, se observan trastornos de conducta, decaimiento y un preocupante incremento en problemas de salud mental en jóvenes, con un aumento del 142% en adolescentes fuera del sistema educativo en 2023.
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Desmontando mitos: lo que creemos vs. la realidad de las pantallas
¿Qué estamos sembrando en el cerebro de nuestros hijos? Existen varias ideas erróneas sobre el uso de pantallas en la infancia que es importante aclarar. La verdad es que muchas veces lo que pensamos choca con la evidencia científica:
- Mito 1: Las pantallas estimulan la atención y la memoria.
Realidad: Como hemos mencionado, las pantallas generan una atención superficial y reactiva, no la atención sostenida y controlada necesaria para el aprendizaje profundo. La memoria se ve afectada porque el cerebro no codifica la información de forma organizada.
- Mito 2: Las pantallas desarrollan habilidades concretas y favorecen el aprendizaje.
Realidad: Las habilidades adquiridas en pantalla rara vez se transfieren de forma significativa al mundo real. El aprendizaje significativo requiere esfuerzo, interacción social y un contexto rico, algo que las pantallas, especialmente de forma pasiva y solitaria, no proporcionan.
- Mito 3: Ayudan a los niños a calmarse y a socializar.
Realidad: Si bien pueden «hipnotizar» temporalmente a un niño, usar las pantallas como «pacificador» habitual puede generar una dependencia emocional y dificultar que el niño aprenda a regular sus propias emociones a largo plazo.
Además, la interacción a través de una pantalla no es lo mismo que la interacción cara a cara; el cerebro no reacciona de la misma forma y se pierde la riqueza de la comunicación no verbal. Por si fuera poco, la preferencia por la comunicación digital también puede disminuir la riqueza del vocabulario y la fluidez verbal.
- Mito 4: Hacen a los niños más inteligentes y los familiarizan con la tecnología.
Realidad: La facilidad con la que un niño usa un móvil, dice más de la inteligencia del diseñador del dispositivo –que lo hizo intuitivo– que de la propia inteligencia del niño.
De hecho, el uso excesivo puede mermar las funciones ejecutivas, que son las habilidades clave para la adaptación, la resolución de problemas y, en última instancia, la inteligencia.
Ser un «nativo digital» no significa tener una habilidad innata para la tecnología; la alfabetización digital real requiere una enseñanza consciente y supervisada.
La percepción de los padres, a menudo basada en los efectos inmediatos de calma o en la aparente «habilidad tecnológica» del niño, puede malinterpretar el verdadero impacto en el desarrollo, creando una desconexión entre la creencia y la evidencia científica. Y eso, sin duda, es algo que nos preocupa a todos. Entonces ¿Qué estamos sembrando en el cerebro de nuestros hijos?