Celebración de velitas sin velas, para pensarlo en tiempos de crisis climática
Cada 7 de diciembre, Colombia enciende millones de velas en la víspera de la Inmaculada Concepción. Es una de las tradiciones más arraigadas del país: familias enteras se reúnen alrededor de las velitas para compartir el encendido con música y algunos platillos tradicionales. Sin embargo, esta noche luminosa se ha convertido, sin darnos cuenta, en un síntoma de desconexión con el planeta. Es hora de repensar cómo honramos nuestras tradiciones sin comprometer el futuro de la tierra. Celebración de velitas sin velas, para pensarlo en tiempos de crisis climática.
Revisemos las raíces de esta tradición
Resulta que el 8 de diciembre de 1854, fue proclamado como el día de la inmaculada Concepción de María, por el Papa Pío IX. La noche anterior, fieles en Roma encendieron velas y antorchas mientras esperaban el anuncio, de esta manera nació una tradición que cruzó océanos y ha sobrevivido por siglos.
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A través de la historia, esta festividad, ha evolucionado hasta convertirse en una celebración comunitaria donde cada familia la vive de manera particular. La tradición ha mutado: de las ocho velas iniciales pasamos a doce, una por cada mes del nuevo. En la actualidad además de las velas, también se hacen decoraciones especiales con luces de colores.
La sombra oculta de la llama
Pero esta tradición tiene un costo que debemos enfrentar. La mayoría de velas comerciales están fabricadas con parafina, un derivado del petróleo. Al quemarse, liberan sustancias tóxicas como el benceno y el tolueno, clasificadas como cancerígenos por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer. En espacios cerrados sin ventilación adecuada, el daño que genera estas emisiones es similar al que produce el humo del tabaco.
El problema se agrava cuando consideramos el número de velas que se encienden. En una sola noche en Colombia, se consumen millones de velas.
Hay un ingrediente adicional que también debemos considerar. En nuestro país se producen 700.500 toneladas anuales de envases plásticos, pero solo el 30 por ciento se recicla. Y son nuestras costas del Pacífico y el Caribe, las que reciben el impacto con cerca de 8.000 microplásticos por metro cuadrado de playa.
Repensemos la celebración del día de las veletas
Repensar esta celebración no significa abandonar la tradición. La luz sigue siendo un símbolo de esperanza, espiritualidad, comunión. Lo que debe cambiar es la forma. Podemos honrar la Inmaculada Concepción con consciencia ecológica.
Las tecnologías LED de bajo consumo representan un primer paso: usan 80 por ciento menos energía que las bombillas tradicionales. Las luces solares funcionan sin dependencia de la red eléctrica, tomando la energía del sol durante el día para iluminar durante la noche. Pero la verdadera revolución llegará de formas más innovadoras, como la bioluminiscencia.
Proyectos como BioLumCity en Barcelona y Glowee en Francia cultivan bacterias y microalgas que emiten luz naturalmente sin necesidad de electricidad. Estas microalgas tienen una capacidad adicional: fotosintetizan, absorbiendo CO₂ del ambiente. Imagina altares iluminados por organismos vivos, una celebración donde la luminiscencia se convierte en regeneración ecológica.
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Celebración de velitas sin velas
Éste es el momento perfecto para esta conversación. No porque sea necesario sermonear, sino porque es una oportunidad de reinventar una tradición amada sin renunciar a ella. Celebrar con luz, pero sin combustión. Honrar las tradiciones mientras cuidamos el planeta. Esa es la verdadera fe en tiempos de crisis climática: creer que podemos transformar nuestras prácticas culturales en actos de resistencia y regeneración. Las velas pueden apagarse. La luz, nunca.








