Celebraciones, algunas interesantes, pero otras demasiado estúpidas

Una de las fuentes de información que tengo para escoger los temas sobre los que voy a escribir es el calendario. Éste siempre ha sido una herramienta porque nos ayuda a organizar el tiempo para saber cuándo sembrar, cuándo pagar impuestos y para tener presente los cambios climáticos. Sin embargo, este instrumento se ha ido llenando de conmemoraciones y celebraciones, algunas interesantes, pero otras demasiado estúpidas.
Si te despiertas sintiendo que es un día normal, permíteme sacarte de tu ignorancia: probablemente sea el Día Internacional de Responder las Preguntas de tu Gato (22 de enero) o, si la suerte te acompaña, es el Día Nacional del Dolor de Muelas (9 de febrero). Y no estoy inventando. Hoy abundan fechas especiales absurdas.
El vacío existencial de los tiempos modernos es tan profundo que pareciera que decidimos otorgarle a cada día el almanaque un montón de celebraciones de las que no se sabe qué es peor si la conmemoración o la motivación de la misma. Veamos algunas de ellas.
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Hoy por ejemplo es el Día de No Hacer la Cama. El origen de esta «efemérides» se remonta al 2014, cuando Shannon Barba, una joven gringa, decidió que la pereza merecía un estatus oficial. Y así quedó marcado el 21 de diciembre con esta celebración.
¿Y como te parece el Día Mundial del Pimentero? Sí, ese frasco que guardas en la alacena tiene su propio momento de gloria. Imagínate la celebración de tan magno instrumento de cocina. Pero todavía más curioso es su origen en la famosa marca automotriz Peugeot, que empezó fabricando molinillos de pimienta, desde la década de 1970. Un pimentero Peugeot era sinónimo de calidad.
¿Y qué me dices del Día de Apreciación del Papel de Burbujas? El último lunes de enero, la humanidad se detiene para reventar plástico. Es la infantilización global elevada a rango de fiesta patria. O el Día de la Ropa que Desentona, una jornada diseñada específicamente para que los daltónicos se sientan integrados o para justificar salir a la calle vestido como un espantapájaros bajo la excusa de la «conciencia cultural».
La pregunta del millón es: ¿Quién inventa esto y por qué seguimos la corriente?
La respuesta corta es: el aburrimiento y el capitalismo, esa extraña pareja. Muchas de estas fechas nacen en las oficinas de marketing de empresas que necesitan vendernos rosquillas, calcetines o termómetros (sí, también hay un Día Mundial del Termómetro). «Necesitamos mover el stock de crema de cacahuete», grita un ejecutivo, y voilà, nace una tradición milenaria de dos semanas de antigüedad. Otras veces, son simplemente ocurrencias de internet que se viralizan porque, admitámoslo, compartir un post sobre el Día del Orgullo Zombi es más fácil que tener una personalidad propia.
Lo ridículo no es que existan, sino que las aceptamos. Nos hemos convertido en rebaño de hashtags. Si mañana Twitter decreta que es el Día Mundial de Caminar hacia Atrás, veríamos a media población chocando contra las farolas antes del mediodía, todo por el miedo atroz a quedarnos fuera de la «conversación global».
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Estamos banalizando la celebración hasta el punto de que nada es especial. Si todo es un «Día Mundial», entonces ningún día lo es. Así que, con tu permiso, propongo instaurar mi propia efeméride: el Día Internacional del No me Joda. Se celebrará los 365 días del año. La única forma de festejarlo es no haciendo absolutamente nada y, por favor, no me mandes una tarjeta virtual para felicitarme. Celebraciones, algunas interesantes, pero otras demasiado estúpidas.








