Reflexiones sobre la violencia que nos sacude

Un menor de 14 años. Esa es la edad del atacante que el sábado por la tarde cambió para siempre la vida de Miguel Uribe Turbay y su familia, y nos dejó a todos con una pregunta que duele: ¿qué empuja a un menor a disparar contra otro ser humano? Comparto algunas reflexiones sobre la violencia que nos sacude.

Las imágenes son devastadoras. Miguel, inconsciente, mientras tres hombres tratan desesperadamente de salvarle la vida. Y aquí viene una cruel paradoja: quien apretó el gatillo apenas está comenzando a vivir, y quien recibió los disparos lucha por seguir haciéndolo.

La verdad es que cuando uno mira los detalles de este atentado, todo es confuso y doloroso. No estamos hablando de un arrebato, de un momento de rabia o locura adolescente. Este menor llegó con un arma que vale cinco millones de pesos —más de lo que muchas familias ven en meses— y se movió con la precisión de quien sabía exactamente qué tenía que hacer.

¿Qué puede ser más importante que la vida?

Es la pregunta que me surge después de un atentado como este. Para algunos, evidentemente, sí hay cosas que consideran más valiosas: el poder, el control, eliminar a quienes piensan diferente o nos incomodan.

Miguel Uribe Turbay no es cualquier político; es precandidato presidencial del Centro Democrático, hijo de una periodista asesinada por Pablo Escobar, nieto de un expresidente, una figura que representa cierta línea política en un país polarizado.

Pero aquí viene lo que más inquieta: ¿a quiénes les conviene políticamente que Miguel Uribe desaparezca del mapa? La respuesta no es sencilla, porque en Colombia la violencia política tiene muchas caras. Puede venir de grupos armados ilegales que ven en él una amenaza a sus intereses, de sectores políticos opuestos, o incluso de la misma corriente, que prefieren eliminar la competencia antes que enfrentarla en las urnas, o estructuras criminales que buscan generar caos y miedo para mantener el control.

Lo más perverso: usar un menor como instrumento de muerte

Lo más escalofriante es pensar quién buscó a ese chico para convertirlo en asesino. Alguien le lavó el cerebro, alguien le dio el arma, alguien le pagó, alguien le dijo que disparara. Y ahora ese menor está en un hospital, herido y probablemente con la vida destruida, mientras los verdaderos responsables siguen en las sombras.

La manipulación de menores para cometer crímenes no es nueva en nuestro país. Los grupos armados llevan décadas reclutando niños, convirtiéndolos en sicarios, en instrumentos de muerte. Pero ver esto en pleno corazón de Bogotá, en un evento político, nos recuerda que esa perversidad sigue existiendo en nuestro país.

Huérfanos de una guerra sin fin

Paradójicamente, ambos protagonistas de esta tragedia conocieron el vacío de crecer sin madre. Miguel Uribe Turbay tenía cinco años cuando la periodista Diana Turbay, su madre, fue secuestrada y luego asesinada por el cartel de Medellín durante un fallido rescate en 1991.

Del otro lado está un adolescente de 14 años cuyo nombre no conocemos, pero que nos recuerda una época violenta que no queremos repetir. Aunque las autoridades no han confirmado oficialmente los detalles de su historia familiar, fuentes cercanas a la investigación señalan que el menor creció en Ciudad Bolívar, uno de los barrios marginados de Bogotá, donde al parecer perdió a su madre durante un operativo contra bandas locales en 2022.

La verdad es que esta triste coincidencia nos obliga a mirar más allá. Dos vidas que se cruzan desde dos realidades opuestas: Miguel, en un mundo lleno de oportunidades que le ofreció la política heredada; su atacante, en los callejones donde la supervivencia se paga con sangre. Uno estuvo protegido por un entorno familiar educado y pudiente; el otro quedó a merced de quienes reparten armas como si fueran juguetes.

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Miguel Uribe Turbay sigue luchando por su vida en cuidados intensivos. Su atacante, un menor que debería estar preocupado por los exámenes del colegio, pronto irá a la cárcel. Dos vidas rotas por culpa de quienes consideran que la muerte es la solución para mantener sus intereses.

Estas son mis reflexiones sobre la violencia que nos sacude. ¿Será que esta realidad no la vamos a poder cambiar?

Según la Defensoría del Pueblo, entre 1 de enero y el 30 de abril de 2025, también fueron asesinados 69 líderes, lideresas, defensores y defensoras de derechos humanos, 20 firmantes de paz, y 22 masacres cobraron la vida de 67 colombianos.